Es
habitual ver traiciones en la política nacional, en la que unos se escinden,
otros se largan y terceros forman grupos de presión para defender sus cuotas de
poder, esperando el momento más preciso para asestar un golpe que derribe al
rival. Es el día a día y nos describe como seres humanos de manera precisa. En
el campo de las relaciones internacionales, la situación es si cabe más
virulenta, porque la inevitable sensación de lejanía que las rodea atenúa los
sentimientos de empatía y fortalece los egoísmos propios. Dice un viejo dicho
que una nación no tiene aliados, sino intereses, y cuando estos cambian, se
producen deserciones y cambios de bando que pueden asombrar e indignar.
Correcto lo segundo, pero no debiera darse el primer sentimiento
Ayer
mismo EEUU decidió dejar en la estacada a sus aliados kurdos, a nuestros
aliados kurdos, que durante varios años han estado matando y les han matado
en la lucha contra los yihadistas de DAESH en el polvorín sirio. Las guerras se
ganan apilando cadáveres contrarios y recogiendo cadáveres propios, y ante la
inacción y cobardía de las naciones occidentales, que no soportamos la muerte
de los propios, hemos usado a los kurdos como fuerza de ataque sobre el terreno
para acabar con el infame califato yihadista que se había convertido en el
autollamado estado islámico. Uno de nuestros socios en esta guerra, Turquñia,
siempre fue muy reticente a esta opción, porque los kurdos son para el gobierno
de Ankara un dolor de cabeza por su separatismo y actos terroristas. El caso de
los kurdos es uno de esos de una nación sentimental formada por un amplio grupo
de personas que carece de estado propio, que malvive en el territorio de varios
estados que se asientan en lo que ellos consideran su territorio y que es
maltratado de una u otra manera por todos los que rigen sus destinos desde las
capitales de las naciones en las que viven. Especialmente cruda es la vida de
los kurdos asentados en Turquía, Irak y Siria. Pues bien, estos kurdos sirios,
y parte de los turcos, son los que han trabajado como fuerza de ataque contra
los yihadistas durante estos años para acabar derrotándolos y logrando liberar
ciudades como Raqqa, donde instalaron su capital los infames islamistas. Ahora,
con el trabajo a medio hacer, con la guerra de Siria aún abierta y con
múltiples dudas sobre cómo gestionar los restos del califato y los muchos de
sus combatientes que permanecen detenidos, EEUU, por boca y tuit de Trump, ha
decidido que se larga de allí y da vía libre a Turquía para que ataque a esas
tropas turcas y defina así una tierra de nadie entre Siria y Turquía que le
ofrezca la seguridad de que los combatientes kurdos no se den la vuelta y
empiecen a luchar contra Ankara a la búsqueda de su supervivencia. En medios
militares norteamericanos se ve esta decisión como un disparate estratégico,
porque deja la zona completamente descontrolada y a merced de que actores como
la mencionada Turquía, Irán o el propio gobierno de Damasco, con apoyo ruso,
decidan entrar y convertirlo todo en un nuevo escenario de guerra local.
Además, consideran los mandos estadounidenses, con razón, que esa retirada es
una traición en toda regla a los que hasta ayer, y durante años, han sido sus
aliados, y que eso es repugnante. Y por si fuera poco, que el mensaje conjunto
que se obtiene de todo este tema es que la fiabilidad de la nación más poderosa
de la tierra es nula, que depende de la voluble voluntad de un presidente que
según cómo se levanta tuitea enfadado o directamente histérico. La dimisión
hace unos meses del entonces Secretario de Defensa, James Mattis, estaba muy
relacionada con este asunto. Trump lleva tiempo diciendo que quería largarse de
allí porque no estaba obteniendo los beneficios que esperaba (quizás ansiaba
construir una de sus torres con casino en esos terrenos de guerra) y todos los
militares le decían que salir de esa forma sería un desastre desde todas las
perspectivas posibles. La progresiva retirada de “adultos” del entorno de Trump
le está dejando sólo al cargo de las decisiones, y a él parece importarle bien
poco si estas son correctas o no.
Este
es el último caso de una larga lista en la que Trump como cabeza visible
muestra a unos EEUU en retroceso internacional. Es secular la tendencia
aislacionista que domina gran parte de la política de ese país, y muchos
estarán encantados de que la gran potencia deje de inmiscuirse en asuntos de
terceros, pero la retirada de efectivos sin previo aviso y la sensación de
búsqueda de un mero interés mercantil en las relaciones exteriores que revela
Trump en cada uno de sus mensajes es un disparo a la línea de flotación del
prestigio global de su nación, y se festeja en aquellos países que, aspiren al
trono o no, actuarán de una manera mucho más descarnada y directa si los EEUU
dejan libre el control del poder global. Créanme, Trump es lo peor que le podía
haber sucedido a los EEUU, y lo peor que nos ha podido pasar a los
occidentales.
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