Hoy
se cumplen exactamente cien años desde que se inauguró el metro de Madrid,
la entonces línea única, hoy llamada 1, que realizaba un trayecto entre Sol y
Cuatro Caminos exactamente por el mismo lugar por el que hoy transita esa misma
línea. Fue la tarde de aquel día cuando las autoridades primero, y luego los
habitantes de Madrid, recibieron a la nueva infraestructura, con la que la
ciudad se sumaba a las ya unas cuantas que en el mundo poseían ese medio de
transporte. Fue Londres la pionera en la creación de un sistema ferroviario
subterráneo, y su “tuve” sigue siendo, a día de hoy, todo un espectáculo.
Lo
reconozco, me gusta el metro. Es obvio para alguien a quien, como yo, el gustan
los trenes, pero el metro es un poco especial: Además de servir como medio de
transporte eficiente y capaz de descongestionar (algo) el caos que produce la
aglomeración urbana, el metro ofrece muchas veces una versión B de la ciudad
que se sitúa sobre su superficie. A veces la imagen es bastante distinta, como
el caso de Nueva York, en el que avenidas que ostentan dinero y pujo a raudales
son surcadas, en ese caso a muy poca profundidad, por trenes andrajosos,
pintarrajeados, y estaciones con desconchados y suciedad abundante. En
Manhattan el metro funciona bien, pero es la cara oculta de la ciudad, una
versión mucho más sórdida de lo que se ve en la superficie (quizás también más
real). En las ciudades europeas que conozco, con la salvedad de Roma, donde el
metro es un juguete poco útil dado que perforar su subsuelo es caer en el
infinito de los restos arqueológicos, no existe semejante diferencia entre el
arriba y abajo. Hay urbanitas que nunca han bajado al metro, es verdad, y se
niegan a ello en redondo, pero en general son sistemas de transporte
eficientes, seguros, limpios y que tratan a sus viajeros igual o mejor que los
de superficie. ¿Acaso no hay agobios ya preturas en los autobuses urbanos?.
Apretujarse en el vagón forma parte de la manera de viajar que uno imagina en
estos servicios, y sin llegar a los extremos de Japón, donde dicen que
funcionan esos empujadores profesionales, hay días de esos donde la técnica
falla, o el servicio no se cumple, o llueve, o todo junto, que suponen el caos
en los andenes, y se suceden las escenas de agobio y apretón. Pero eso es, casi
siempre, entre semana en hora punta. Los fines de semana los servicios se
espacian (a veces demasiado) y se juntan menos viajes por trabajo y muchos más
por placer y ocio, lo que también cambia la fisonomía de sus ocupantes. En
algunos casos, volviendo de noche de fin de semana, más de uno, especialmente
de una, echaría en falta que los vagones llevasen más personal, que se dieran
agobios y apreturas antes que trayectos con tan pocas personas alrededor que
puede dar hasta miedo el hecho de que alguno de ellos planee algún acto ilícito.
Hasta el día de hoy nunca he tenido sensación de inseguridad en el metro
madrileño, afortunadamente, aunque sí he visto algunas escenas que no me han
gustado, escenas que se dan ahí abajo y en otros lugares de la ciudad, porque
el delincuente actúa donde cree que le es más propicio el destino, y eso muchas
veces se acompaña de radiante sol exterior. Con sus problemas, sus
particularidades y curiosidades, el metro de Madrid es uno de los más grandes
del mundo, con poco menos de 300 kilómetros de servicio activo, y uno de los más
sencillos para usar que conozco, dado que no hay líneas bifurcadas ni servicios
exprés ni nada de nada. Todos los trenes hacen todo el recorrido de la línea, y
salvo el hecho de que va por la izquierda, es mucho más fácil de usar y de
aprender que otros equivalentes extranjeros. Eso sí, es imposible no perderse
en Nuevos Ministerio, ese agujero negro donde se junta todo y el caos es casi
perfecto.
Con
motivo del centenario está convocada, entre otros “actos” una huelga de
maquinistas para protestar contra el problema del amianto y la falta de
personal. En los años posteriores a la crisis el servicio del metro sí se ha
deteriorado, especialmente en lo que hace a las frecuencias (suelo decir que lo
que más echo de menos de la época de la burbuja es la frecuencia de paso de los
trenes de aquellos años) y se nota que no se ha invertido lo necesario, por
falta de presupuesto y dejadez institucional. En todo caso, sirva este aniversario
como excusa para felicitarse por tener una red de primera división mundial (sí,
lo es) y dar las gracias a todos los que trabajan para que, cada día, las
ruedas echen a girar sobre los raíles y el “próximo tren” llegue raudo.
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