Sí,
lo se, están ustedes hartos de política. La nueva convocatoria electoral los
trae al pairo y sólo desean que el más pesado de los camiones muy cargado se
estrelle contra la sede de cada uno de los partidos que nos pretenden gobernar
y sólo nos desgobiernan con su manifiesta incapacidad. Si la audiencia de este
blog nunca ha sido muy elevada, imagino que se volverá subterránea cuando le
tenga que dedicar varios artículos a la precampaña eterna y a la breve campaña
oficial. De antemano, les pido disculpas, pero ya saben, la actualidad manda, y
uno no escoge los sucesos que se presentan ante sus ojos. Eso sería un
superpoder.
Es
curioso que ninguno de los cuatro fracasados candidatos que vuelven a
presentarse a estas elecciones con aspiraciones de gobierno asuma culpa alguna
de lo sucedido. Todos ellos, que representan posturas ideológicas en principio
opuestas, adoptan un mismo discurso del tipo “yo he hecho todo lo posible para
llegar a acuerdos pero han sido todos los demás los que lo han impedido”. ¿de
cuántas bocas hemos oído salir este discurso en los últimos días? Incontables.
Y pese a ello vuelven a presentarse a unas elecciones que. Probablemente,
alteren algo la fuerza de cada uno de ellos pero no van a arrojar unos
resultados claros, más allá de una elevada abstención. Los que aspiran a ser
nuestros gestores no asumen siquiera los fracasos que son de su única
responsabilidad, porque problemas y crisis diarias que vivimos cada día pueden
tener un componente complejo y ene las el gobierno a veces no es tan poderoso e
influyente como cree o quiere hacer creer, pero la crisis que vivimos ahora es
exclusiva responsabilidad de las fuerzas políticas que fueron elegidas como
representantes en las elecciones del 28 de abril. Acudí a votar a esas
elecciones, como lo hago en todas las ocasiones, y en ese mes primaveral poco
costaba animar a los que me rodeaban para que acudieran a las urnas, había un
entorno de alta movilización a lo largo del variado espectro político, por
causas muy distintas seguramente, pero se respiraban las ganas de votar. El
resultado fue bastante claro, dejó ganadores, amplios y no tanto, y perdedores,
amplios y no tanto, y una vez repartidas las cartas, era responsabilidad única
y exclusiva de los 350 diputados y de los líderes de sus partidos el usar esos
números, esas correlaciones de fuerza, para alcanzar acuerdos que permitieran
formar un gobierno y salir del atasco en el que nos encontramos. A lo largo de
los meses de negociación, por llamarlos de una manera, hemos visto cómo no se
han producido conversaciones reales, no, sino figuraciones, simulaciones de
encuentros, mascaradas más o menos teatralizadas, porque tanto unos como otros
tenían claro que sus posiciones de partida eran las de destino, y que no iban a
renunciar a nada. Hemos tenido incluso formaciones políticas que ni se han
sentado a negociar con otras. La imagen creada a lo largo de este proceso ha
sido bochornosa, con periodistas corriendo de un lado a otro para contar la más
absoluta de las nadas, radiada en tiempo real por portavoces de los partidos
con un discurso ya aprendido y reiterado hasta el hartazgo. Usando una expresión
que el propio Sánchez dedicó a Rajoy en la investidura fallida del líder
popular, “suya y solo suya era la responsabilidad de alcanzar un acuerdo, y
suyo y sólo suyo es el fracaso al no haberlo logrado.” La percepción del
votante no es tan tajante respecto a la asunción de culpas, porque entiende con
toda lógica que es compartida la culpa de habernos traído hasta esta repetición,
pero está por ver cómo la va a traducir en votos, y en no votos, y en quedarse
en casa. Los efectos pueden ser de todo tipo y los que se dedican a las
encuestas y estimación de voto, agotados tras años sin parar de trabajar,
tienen ante sí uno de los retos más complejos que imaginarse puedan, con el
descontrol de todas las variables y el comportamiento, algo impredecible, de
una masa de votantes furiosa.
A
estas elecciones, en el culmen de la fragmentación, se van a presentar seis
partidos, seis, con presencia nacional. Los tres de la derecha, y ahora tres en
la izquierda, con la irrupción de la formación de Errejón, que hoy dirá que sí,
que vale, que dije que no pero como buen político os mentí. Lo lógico sería
que, tras los experimentos, el voto se concentrase en las formaciones
mayoritarias, PSOE y PPE, y se redujera en las minoritarias (y mi deseo sería
que extremistas como Podemos y VOX apenas sacasen representación) pero si
realizar pronósticos es siempre arriesgado, esta vez es un puro ejercicio de
lotería. ¿Ilusionados? Cero, pero tenemos otras elecciones por delante que
debemos afrontar.
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