Este año he cumplido cincuenta. Sí, muchos. Hace medio siglo, a finales de 1972, partió de Cabo Cañaveral el Apollo XVII, que alunizó en el diciembre de lo que sería mi primera Navidad. La misión, comandada por Eugene Cernan, fue la última del programa, que murió de éxito. Ganador de la carrera emprendida entre norteamericanos y rusos en medio de la guerra fría, el alunizaje de Armstrong dio el tanto a EEUU y, a partir de ahí, la sociedad y el gobierno miraron para otro lado, dejando de sufragar los inmensos costes del programa. El trabajo científico de aquella aventura, que siempre fue lo de menos, se cortó abruptamente, y nadie más ha vuelto a nuestro satélite desde entonces. Nadie.
Por eso el día de hoy están especial. La NASA, sumida en constantes agobios presupuestarios y de objetivos desde hace bastante tiempo, se dispone hoy a iniciar lo que puede ser el segundo intento real de llevar a la humanidad a la Luna. El programa Artemisa, sustituto del Constellation, que fue revocado por Obama, tiene como objetivo volver al satélite, que esta vez una mujer forme parte de la tripulación que alunice, y que esa llegada no sea un mero hecho puntual, sino el principio de un programa de asentamientos, construyendo una base permanente en nuestro satélite. Como mínimo un programa ambicioso, lleno de riesgos y que requiere un presupuesto sostenido y una visión de largo plazo en todas las decisiones que puedan ser tomadas tanto por parte de los administradores de NASA como, sobre todo, por los dirigentes políticos norteamericanos, que son quienes dotan de presupuesto a la entidad. Como todo camino empieza por un paso, hoy se dará uno, y muy relevante. La misión Artemisa I despegará, en el primer intento de los posibles, a eso de las 14:33 hora española desde Florida, seis horas antes en el horario de la costa este de EEUU. Ya les aviso que es tanto una misión de prueba como un viaje no tripulado. No hay persona alguna a bordo del enorme cohete que despunta en la rampa de lanzamiento. La arquitectura de la nave y de la misión es heredera tanto del programa Apollo como del antiguo de los transbordadores, por lo que veremos una estética que es una fusión de ambos, con un gran segmento central con la espuma naranja y los cohetes auxiliares que se parecen mucho a los que usaba el shuttle, pero en grande, mucho más grande, y luego, sin tener nada adosado, una segunda fase sobre la que se eleva el pico del cohete, en el que se encuentra el módulo de mando, la nave propiamente dicha, y el módulo de servicio, que es el que le proporciona energía, suministros y demás. Capaz de albergar hasta un máximo de cinco tripulantes, la nave despegará hoy con tres maniquíes completamente monitorizados, que harán de pasajeros, en un vuelo programado para una duración superior al mes, en el que se tratará de alcanzar la órbita terrestre, escapar rumbo a la Luan, llegar allí y realizar varios vuelos en torno al satélite, muy excéntricos, en los que tras aproximaciones cercanas la órbita se alejará notablemente del satélite. En todo ese tiempo la nave y los equipos de tierra recibirán información muy valiosa tanto de las zonas posibles de aterrizaje como del funcionamiento de todos los sistemas de abordo. Tras los pasos lunares, Artemisa abandonará el satélite y se dirigirá de vuelta a la Tierra, en una reentrada que pondrá a prueba su escudo térmico y la integridad de la cápsula más que el propio despegue, cayendo en el Pacífico como lo hacían las Apollo. En cada momento de la misión existen un montón de pasos, pruebas programadas, test y verificaciones que deben ser superadas, y que también pueden dar fallos de todo tipo, por lo que este vuelo al que nos enfrentamos es una gran prueba, un demostrador real de la tecnología de ascensión, orbitaje, y demás necesidades de vuelos futuros. Si sale todo bien, Artemisa II ya contará con tripulación humana, y la misión III ya puede plantearse como “alunizable”.
Los riesgos de que algo falle son enormes, desde luego, y la tensión máxima. El despegue va a forzar a un cohete inédito en su diseño, que ha sido testado por partes pero nunca en su integridad, y que dadas sus dimensiones, es en conjunto más potente que los Apollo, pone sobre la plataforma de lanzamiento toneladas, energía y salvajismo en su grado sumo. Millones de ojos estarán puestos hoy en Florida ante un test en el que la tecnología norteamericana se la juega mucho, y la ilusión de tantos toma forma nuevamente. Ojalá todo vaya bien y, en medio de tantas incertidumbres y crisis como nos rodean, el espacio nos vuelva a proporcionar esperanza
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