Para variar, nuestro desgobierno pasa de la negación de los problemas a la sobreactuación, todo ello sin que ni antes ni después tenga pensado nada consistente sobre el problema que primero negaba y luego considera urgente. Vimos este comportamiento en el momento de la eclosión del Covid y es un patrón que se da en todos los casos en los que uno analiza las políticas del sanchismo. Lo más importante es la imagen, el gesto, el dar la sensación de actuar, el que parezca que se hace algo aunque luego realmente todos sea improvisación y ausencia de pensamiento. Mucho Real Decreto Ley que luego deben aplicar otros y que nadie entiende, y que debe ser complementado y corregido hasta la saciedad.
En esto del ahorro las medidas que ha propuesto el gobierno son las más obvias y, en general, las apruebo. Como pertenezco a esa extraña especie que no ama el aire acondicionado y no soporta el frío que se puede llegar a pasar en algunos espacios en verano, con un chorro de aire polar directo al pescuezo, me parece comprensible que se limite la temperatura de la refrigeración a unos niveles razonables, dado que el refrigerio se basa sobre todo en el contraste, y frente a los desatados cuarenta grados de los que no nos libramos este verano temperaturas de veinte y tantos son más que refrescantes. Lo que pasa es que luego la fiesta va por barrios, y la sensibilidad térmica de cada uno es distinto, y no es lo mismo la capacidad que tiene un centro comercial para ajustar sus temperaturas, y el reclamo que ellas son en sí mismas para atraer clientela en veranos, que un pequeño comercio o tienda cuyos equipamientos son más modestos, no tan regulables y suponen un coste proporcionalmente mucho más elevado. La obligatoriedad de tener puertas cerradas en los locales comerciales es algo que tiene sentido, porque expulsar aire acondicionado a la calle resulta absurdo, pero el coste de una puerta automática puede ser la puntilla para algunos negocios, en los que el estar abiertos es su mayor reclamo para exponer productos y hacer que el consumidor entre. Sin tiempo de moratorias, con multas elevadas ya tasadas y obligación de supervisión a unas CCAA que de esto se han enterado a la vez que usted y yo, la norma de ahorro contiene aciertos, errores y, sobre todo, vacíos. No dice nada de la gestión del alumbrado público nocturno, cuyo coste se puede reducir directamente a la mitad si optamos por el viejo sistema de apagar la mitad de las farolas. No se habla de subvenciones ni planes para incentivar los LEDs, y resulta curioso que aún hoy la iluminación de las carreteras nacionales, competencia exclusiva del estado, se basa en lámparas de sodio o similares que consumen mucho más que las de LED. Si se aprovechase el verano para sustituirlas en masa el consumo eléctrico de esa iluminación se reduciría notablemente de cara al temido invierno. No se si se comenta algo del teletrabajo, pero ampliarlo en las administraciones públicas es una vía para reducir costes de mantenimiento de los edificios gubernamentales y reducir notablemente el consumo de gasolina, haciendo así, de manera indirecta pero efectiva, un trasvase de recursos del surtidor al bolsillo del usuario, por lo que el ahorro se convierte automáticamente en ingreso personal. Hay bastantes medidas que se deben poner en marcha, y rápido, y pensando con cabeza, teniendo en mente que las restricciones energéticas que tenemos van a durar mucho y, sospecho, irán a peor a medida que el otoño invierno avance y Putin aumente su chantaje con el gas a una Europa occidental que carece de recursos propios. Como en el Kremlin se pongan serios en su estrategia de sometimiento para que abandonemos a Ucrania, el ahorro previsto del 7% del gobierno o del 15% de la UE va a ser sólo la introducción de lo que nos espera.
Y, sobre todo, el gobierno debe tener muy claro que si pretende establecer restricciones al consumo de hogares y empresas no puede hacerlo sin, él mismo, dar ejemplo y ofrecer a la ciudadanía una imagen de recorte. Que para cualquier acto del presidente se prepare un despliegue de medios de transporte terrestres y aéreos dignos de una flota estelar no sólo es absurdo, y hasta ridículo, sino totalmente contraproducente para lograr un objetivo de ahorro. La austeridad bien entendida empieza por uno mismo, y eso se lo debe grabar a fuego el gobernante que pretenda recortar, tanto ahora que hace calor como, sobre todo, cuando llegue el frío.
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