Esta semana se van a cumplir los seis meses del inicio de la maldita guerra de Ucrania, que ha cambiado el panorama global de una manera radical y ni les cuento las perspectivas económicas. En esta semana se celebra también, creo que es mañana, el día de la independencia de Ucrania que, para variar, tiene que ver con su emancipación del imperio soviético, del que ahora un nuevo espectro le amenaza. Para conmemorarlo, entre otras cosas, el gobierno de Zelensky ha instalado en las calles céntricas de Kiev una parte de la enorme cantidad de chatarra que ha ido recopilando en cada una de las fallidas incursiones rusas. Mastodontes destrozados se exhiben.
Tenía pensado Zelesnky conmemorar este día de una manera señalada, pública, y con gente en la calle, pero desde hace unos días los mensajes que llegan desde su gobierno son de alerta ante la posibilidad de que los rusos aprovechen precisamente esa fecha señalada para realizar ataques indiscriminados, o relevantes, que sirvan de humillación adicional a la población ucraniana. Si algo han demostrado estos seis meses de crueldad es que Rusia no necesita de aniversarios ni de fechas especiales para destruir y matar en masa allá donde invade, es su manera de actuar sea cual sea el día en el que nos encontremos, pero quizás sí preparen algo que les haga ver a los ucranianos que sus esperanzas son vanas. En la situación actual de los frentes se puede hablar de estancamiento en tierra y de audacia ucraniana en el aire. Los combates siguen siendo duelos de artillería en torno a la frontera del Donbás, casi totalmente controlada por las tropas rusas, y las líneas de encuentro entre uno y otro ejército se mueven muy poco desde hace semanas, en lo que más parece una guerra de desgaste al estilo de la I Guerra Mundial que otra cosa, con la ausencia de aquellas horrendas trincheras. En el aire los ucranianos han realizado golpes espectaculares, quizás no muy relevantes para el desarrollo de las batallas, por sí significativos para la moral del pueblo ocupado y para la de los ocupantes. Vía drones, una de las armas que se ha revelado como vital en este conflicto, las tropas ucranianas se han permitido atacar la península de Crimea, anexionada por Putin desde 2014, y que sirve como puerto de retaguardia para tropas terrestres y anfibias rusas, además de como centro de veraneo de miles de rusos que, gracias al puente construido por el gobierno de Putin sobre el estrecho de Kerks, pueden acceder a esa península por lo que antes de los combates era el territorio ruso. Los ataques han dañado infraestructuras de comunicaciones, algunos almacenes de comunicaciones y, sobre todo, una base aérea en la que varios aviones rusos, tanto cazas como bombarderos y de aprovisionamiento, han sido reducidos a chatarra por parte de audaces ataques con los citados drones. Rusia, sorprendida, ha ido variando las versiones de lo sucedido desde el “accidente” al “sabotaje” llegando a reconocer que los daños son significativos y, sobre todo, humillantes. La falta de control del espacio aéreo del país invadido por parte de las fuerzas rusas es uno de los aspectos más destacados por parte de cualquier analista que sigue los combates, que siguen asombrados al comprobar como los cielos ucranianos no son dominados, ni de manera física, ni en las comunicaciones, por parte de un ejército teóricamente capaz de hacerlo en muy poco tiempo dada su superioridad. ¿Es que no es tan superior y no pude? ¿Es que no quiere? ¿A qué se debe esta anomalía? Mientras esperamos respuestas Ucrania aprovecha y, a falta de aviones de verdad, está usando drones de una manera espectacularmente efectiva. Reitero que estos ataques no tienen la magnitud necesaria para cambiar el curso de los acontecimientos, pero es indudable que suponen un goteo de pérdidas para la maquinaria militar rusa que es muy dañino, que merma su capacidad y, sobre todo, la exhibe como incompetente ante el resto del mundo.
En unas semanas de playas atestadas en todo el hemisferio norte, hemos visto riadas de turistas rusos huyendo despavoridos de las costas de Crimea a la vez que las trazas de los drones y las consecuencias de sus ataques se percibían en el horizonte. Si el sátrapa de Putin pensaba que Ucrania iba a ser un paseo, los días y meses transcurridos le estarán demostrando el error de sus cálculos. Lo malo es que a semejante individuo sus propias pérdidas apenas le importan, con tal de lograr sus objetivos. Medio año después, Ucrania es el horror y no se percibe un fin a corto plazo de las hostilidades. Y agosto se acaba y las temperaturas empezarán a caer con rapidez allí. Se acerca un aliado de Vladimiro, el invierno.
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