Nancy Pelosi es la “speaker” presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, una de las dos que conforma, junto al Senado, las cortes de aquel país. Ocupa una de las principales posiciones del poder político en Washington y es, a su muy elevada edad, en torno a los ochenta, la veteranía demócrata encarnada, y el reflejo de que la gerontocracia se ha hecho con el poder de la nación. Allí donde va representa a EEUU y todo su poder, y por ello, la gira que estos días desarrolla por Asia Pacífico se ve desde todas partes como un claro mensaje de refuerzo a los aliados de esa zona frente a las aspiraciones del gigante chino, el vecino que ya no es una amenaza difusa, sino toda una sombra de realidad.
Hasta aquí no hay muchas novedades respecto a visitas y mensajes que desde la administración norteamericana se han lanzado en este tipo de viajes. La novedad, importante, surge en la posibilidad de que hoy Pelosi haga una escala en su viaje y visite Taiwán, ese país que China no reconoce, considera parte de sí misma y que aspira a reunificar de manera íntegra en un futuro cercano. La relación de EEUU con Taiwán es ambigua. La reconoce como nación y mantiene un gran intercambio comercial, pero no opina sobre su rumbo político y se cuida mucho de aparecer como socio protector, manteniendo una postura comedida, una especie de “contigo pero sin ti” para no despertar las iras de Beijing. Por eso, desde hace décadas, no se producen visitas de altos mandatarios norteamericanos a la isla, y el que Pelosi pueda hacerlo es muy novedoso. China lo ha visto como un reto, una afrenta, y ha hecho algo bastante inaudito. Su portavoz gubernamental ha declarado el profundo enfado del gobierno chino a las intenciones del viaje de Pelosi y, directamente, ha amenazado a EEUU con consecuencias graves si se llega a producir. La agenda del viaje de Pelosi se ha difuminado en parte y, pese a que la mayor parte de las fuentes aseguran que sí visitará la isla, no hay ninguna comunicación oficial que lo afirme. Más allá de las aspiraciones chinas sobre Taiwán, y la tensión sostenida que hay existe desde hace tiempo, y que no deja de crecer. Este episodio tiene un aspecto muy novedoso para mi, y es que, por primera vez, veo a China tratando a EEUU como a un igual, desde una posición de firmeza que no la había visto antes. La superpotencia norteamericana se encuentra, de repente, con otro tío grandote que le amenaza en caso de que quiera hacer algo, poniendo límites claros a la capacidad de actuación del imperio. Es una muestra de fortaleza de una China sumida en el caos de los cierres Covid, pero que detecta que EEUU es más débil de lo que parece, y optando nuevamente por la diplomacia del megáfono, avisa a diestro y siniestro que no consentirá que los EEUU se pasen de la raya, y será China quien determine dónde se pone dicha raya. Así, no se si pretendiéndolo o no, el viaje de Pelosi se ha convertido en un pulso directo entre los dos países más poderosos del mundo, en el que ambos se juegan prestigio, imagen y poder. Como una especie de juego de la gallina, los dos están chuleando sobre lo que van a hacer y dejar de hacer en función de la presión mutua, y como mínimo, resulta inquietante. Si EEUU se echa finalmente atrás y Pelosi no vista la isla, China habrá dado un golpe sobre la mesa en la región, dejando claro quien manda, y en el mundo, haciendo ver que es capaz de doblar el brazo del gigante estadunidense. Si Pelosi visita la isla, EEUU acepta el pulso y lo ejecuta, y deja a China la responsabilidad de traducir sus palabras amenazantes en hechos, con la posibilidad de que quede como un fanfarrón que amenaza y amaga pero que no golpea.
Es casi imposible de que este pulso, pase lo que pase, ambos queden indemnes. Las declaraciones de Biden en las que admite que la CIA y el Pentágono no ven con buenos ojos la visita son una muestra de que EEUU no las tiene todas consigo en la zona y que no posee la estrategia o la capacidad para responder a una China envalentonada. Más de una hora hablaron el presidente Chino Xi y Biden, y el mandatario oriental reiteró que quien juega con fuego se quema, lo cual es una amenaza nada velada. De lo que pase hoy y mañana en ese viaje dependerá mucho de la relación futura de ambas naciones y del destino de la propia Taiwán. Xi será entronizado a perpetuidad en otoño en Beijing, si no pasa nada raro, y la isla está entre sus objetivos claros. Seguro que está aprendiendo de Rusia y su campaña ucraniana.
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