En el juego de órdagos que se están lanzando las dos grandes potencias, EEUU ha respondido a las amenazas chinas no dejándose amedrentar, y ha hecho que Nancy Pelosi finalmente sí visite Taiwán, donde ha sido recibida con honores y con el deseo, por parte de muchos, de que esto suponga el espaldarazo definitivo a las ambiciones independentistas de la isla respecto a China. Todo eso está por ver. De momento, en el juego de la gallina, EEUU no se ha achantado, y eso ya es noticia, tanto como lo hubiera sido una no visita, que hubiera dejado a China como gran ganador de la contienda política. Ahora es Beijing quien debe responder y dejar ver que sus bravatas de palabra son algo más que gritos en agosto.
Seamos sinceros. Taiwán está demasiado cerca de la poderosa China y demasiado lejos de unos ensimismados EEUU como para que, con el tiempo, su buscada independencia sea abortada desde las costas del gigante vecino. Se cumple en este agosto el primer aniversario de la huida de EEUU de Afganistán, con aquel Kabul convertido en ratonera del que ya nadie se acuerda, pero en el que no pocos murieron intentado subir a los aviones que evacuaban a los occidentales. El mensaje que el mundo vio durante aquellos días es que el compromiso de los EEUU en sus misiones exteriores es volátil, está sujeto a que sigan sirviendo a sus propios intereses y puede dar bandazos en función del cambio de gobierno. Para una nación que tiene a un enemigo constante y fiero como China, allí donde el tiempo no es una variable como lo es en occidente, EEUU se muestra como un aliado menos sólido de lo que pudiera pensarse. Y eso lo saben los taiwaneses y los chinos. El reloj corre a favor de la dictadura de Beijing, y pulsos más o menos aparatosos difícilmente podrán impedir un futuro de anexión. Sólo un movimiento militar desarrollado sin pretextos por parte de China, en un proceso de conquista paralelo al que se ve ahora en Ucrania, serviría para que EEUU encontrase una excusa realista para enfrentarse al PLA, siglas anglosajonas del ejército de liberación del pueblo, que es como se denominan las fuerzas armadas chinas. Y aún en ese caso podríamos llegar a una situación como la que se vive en la mencionada Ucrania, de total beligerancia entre EEUU y el invasor, en este caso Rusia, pero máximo cuidado para que no sea una guerra convencional lo que se acaba desarrollando entre ambos. EEUU apoya a Ucrania de diversas e intensas maneras, pero no existe enfrentamiento alguno entre tropas norteamericanas y rusas, y eso es lo que les sirve a ambos para odiarse hasta el extremo pero no caer en una declaración de guerra, pudiendo contener el conflicto en una escala, en este caso, europea. ¿Un ataque chino sobre Taiwán podría derivar en algo así? Si el caso ucraniano no fue estudiado por los analistas militares hasta hace muy poco, el de Taiwán sí que lleva tiempo en el radar de estudiosos de todo tipo, por su capacidad para convertirse en el campo de batalla entre las dos superpotencias. El hecho de que sea una isla dificulta el asalto por parte del invasor y el aprovisionamiento para el que apoya a los residentes en ella, y resulta complicado saber cómo se desarrollaría un enfrentamiento real. Los aliados norteamericanos en la zona, empezando por Japón, carecen de fuerza militar significativa como para intervenir en un conflicto y las flotas del imperio que patrullan por el mar de China son grandes, con varios portaviones y sus escoltas, pero no con capacidad de aportar tropas de cara a la defensa en caso de una invasión anfibia masiva. Por el lado chino, sus capacidades militares no dejan de crecer, pero aún no está claro que sea capaz de trasladar miles y miles de soldados desde el continente a la isla, por lo que planificar una invasión desde ese lado es complicada. Es seguro que Beijing sigue día a día los movimientos rusos en Ucrania y está tomando notas de los errores que están cometiendo los generales de Putin.
En todo caso, Taiwán va a ser un punto clave en el mundo al que nos dirigimos, un mundo centrado en el marco Asia Pacífico, donde se concentra la mayor parte de la población del mundo y del PIB que se crea. Además, y esto no se puede olvidad nunca, Taiwán es el mayor productor de semiconductores del mundo, con el gigante TCSM como fabricante de cerca de un tercio del total global. Cualquier interrupción de ese suministro, no pensemos en la destrucción de fábricas o infraestructuras de exportación, sería un golpe brutal a las economías de todo el mundo, sobre todo las desarrolladas. Los planes de inversión occidentales para dotarse de autonomía estratégica en la fabricación de chips también están basados en el riesgo futuro de lo que pueda pasar en Taiwán. Créanme, haremos bastante caso a esa zona del mundo.
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