El lunes a primera hora nos enteramos de la noticia de un atentado en Moscú. A la manera de la odiada ETA, una bomba había hecho explosión en los bajos de un coche y, en una carretera del extrarradio de la urbe, había matado a Daria Duguina, cuyo nombre no sonaba a casi nadie, pero su apellido sí. Esa “a” del final parece querer decir “hija de” por lo que he visto en otros casos, y sí, se trataba de la hija de Alexander Duguin, uno de los cerebros en la sombra de las teorías que sostienen la invasión rusa y, en general, el supremacismo “rsiky” que emana del Kremlin. Al parecer, a última hora, padre e hija intercambiaron coches, por lo que puede que el objetivo del atentado fuera el propio Alexander. Probable, pero difícil de demostrar.
Duguin, con su pinta de Dostoievsky renacido, ha sido considerado por muchos como el ideólogo de cabecera de Putin, el que le ofrece un sustrato de ideas para asentar, justificar o, si así lo quieren, excusar el asesinato masivo que realizan sus tropas en Ucrania desde hace seis meses. Sus escritos rezuman un sabor conocido, ya transitado por Sabino Arana en el caso del vasquismo o de los supremacistas arios que precedieron al régimen nazi. Su obsesión por el mundo euroasiático, por su pureza de valores y, frente a ello, la corrupción moral que proviene de ese occidente pecador que todo lo aniquila resulta tan cargante como útil, a ojos de unos cuantos, para ordenar sus vidas y criterios morales. Duguin no tiene poder en el Kremlin, pero sí influencia, y eso a veces resulta ser incluso más útil. Por eso el atentado se ha visto como un golpe en el corazón del putinismo, en su núcleo más personal, y de ahí la relevancia del atentado. Obviamente la gran pregunta que surge es quien es el autor de este acto y, a partir de ella, surge otra más interesante. ¿Qué se busca? Los servicios secretos rusos, el FSB, ha tardado horas en atribuir a la inteligencia ucraniana la planificación y ejecución del ataque, acusando a una mujer que llegó a Moscú desde Ucrania con su hija de doce años hace pocas semanas de ser la autora. Esa mujer parece que ahora se encuentra en Estonia, a donde viajó hace también un par de días. El que Ucrania esté detrás el atentado parece una de las soluciones más obvias a este asunto, pero no creo que sea la más creíble, porque realmente poco gana el régimen de Kiev matando a un pensador afín a Putin, o en caso de error a su hija. Sí es cierto que sería como pegar una puñalada al propio Putin y, dado que, la seguridad en su entorno será máxima, una opción es buscar una víctima que le duela a Vladimiro pero que no esté tan resguardada. Junto a la opción ucraniana aparecen algunas posibilidades de que el atentado sea obra de fuerzas internas rusas y ahí son tres las posibilidades; que sea obra de un grupo de opositores al régimen y a la guerra, que buscan crear una especie de resistencia rusa; que sea obra de personas sitas en el entorno del poder del Kremlin que buscan desestabilizar al régimen actual, Putin, para acceder ellos al poder, con lo que estaríamos ante un comportamiento típico dentro de las estructuras mafiosas, que en la jerarquía rusa es la manera de comportarse; y una tercera opción, disparatada pero factible, que señala a sectores rusos enfadados por la incompetencia con la que se desarrolla la guerra y frustrados por la incapacidad del kremlin para ganarla, y que con esta acción piden un golpe sobre la mesa, una ofensiva devastadora, una guerra total y la desaparición del gobierno ucraniano de una vez por todas. ¿Con qué alternativa se quedan ustedes? Es difícil decirlo, pero de estas tres opciones internas la que más débil me parece a mi es la primera, la del movimiento opositor interno, porque entre otras razones los servicios de seguridad rusos son bastante expeditivos cuando encuentran tramas opositoras, y no dudan en cargarse a quien las está organizando. Duguina se había mostrado como ferviente partidaria de la guerra y, como periodista, sus escritos respaldaban por completo las ideas de su padre. Me resulta sugerente la idea del enfrentamiento mafioso entre los jerarcas del régimen, porque esta forma de eliminar a personajes de la trama es de un estilo muy conocido en el mundo en el que se mueve Putin. Y me da mucha curiosidad la hipótesis extremista, a la que veo poco probable, pero no tan descabellada como pudiera pensarse en un principio.
En el funeral de Duguina su padre, obviamente conmocionado, era el reflejo del dolo, pero también de la sed de venganza, que exige en forma de victoria rusa. Las declaraciones de los prebostes del régimen, de Putin para abajo, son duras, reiterando que no habrá clemencia alguna ante los autores del atentado, y los que lo hayan inspirado, y que lo pagarán caro. Moscú es, como siempre, una sombra en la que es imposible saber lo que sucede, en la que todo se desarrolla en la trastienda y vivimos sin certeza alguna sobre cómo se maneja el poder. A saber cuándo, si llega el día, sabremos lo que ha sucedido. En todo caso, la guerra sigue.
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