De todo lo que ha sucedido en el mundo, dos han sido las noticas que, por derecho propio, pasarán a la historia. Una, de carácter local, pero trascendencia global, fue la muerte de Isabel II, la más longeva y duradera reina de Reino Unido, figura pop reconocible en cualquier otra nación, que desempeñó su trabajo durante décadas, trabajo consistente, en la práctica, en hacer bien poco, peo con una exquisitez que lo encumbrase. En un año en el que Londres ha sido epicentros de caos políticos que, por su cutrez, le acercaban a lo que vivimos en España en nuestro día a día, la figura de Isabel II permanecía como único baluarte al que poder asirse con firmeza. Ya no está.
La otra noticia, la gran noticia, que a todo eclipsa, es la guerra de Ucrania. El 24 de febrero Putin ordenó la invasión de su país vecino mediante una operación militar que incluía tanto el uso de la fuerza convencional como unidades de élite destinadas a tomar la capital y descabezar al gobierno de Kiev. Fracasado este intento de golpe decapitante, la guerra se convirtió en una lucha encarnizada en frentes que avanzan poco en medio de las llanuras de la estepa, con destrucción masiva de infraestructuras civiles por parte de la artillería rusa y resistencia heroica por parte de un ejército ucraniano que nos ha demostrado a todos lo que es el valor, frente a un enemigo más cruel y poderoso. El patético comportamiento de las unidades rusas, viejas, carentes de equipamiento, negligentemente dirigidas, ha hecho que tras 300 días de guerra la zona ucraniana ocupada por Rusia sea hoy menor que la que existía al inicio de las hostilidades. Las bajas por ambos bandos se cuentan por decenas de miles de soldados y, en el lado ucranianos, se deben sumar miles y miles de civiles asesinados por los rusos, tanto por el efecto de los bombardeos a distancia como, sobre todo, por el exterminio llevado a cabo en las zonas ocupadas, como se ha comprobado al poder liberar algunas de ellas. La comunidad internacional ha reaccionado ante esta guerra de manera unitaria, pero menos de lo debido. Los regímenes dictatoriales han respaldado a uno de los suyos, con China a la cabeza. Quizás no con la voz muy alta, pero si en todo lo que sea necesario. Las democracias occidentales nos hemos posicionado claramente contra el agresor, aunque en nuestro seno también existen profundas corrientes de extremismo, que se dicen de izquierdas y derechas, algunas de ellas con ministerios en nuestro gobierno, que admiran tanto a Putin que siguen esperando a que gane la guerra para emitir algún juicio al respecto, a ser posible absolutorio para el tirano de Moscú. Varias naciones, tradicionalmente aliadas de occidente, se han puesto de perfil ante este asunto, cuando no claramente a favor de Rusia, y es de destacar los apoyos que Moscú ha encontrado en las satrapías del golfo, unidos como están por vivir a cuenta de la exportación de hidrocarburos. La India, país democrático regido ahora por un gobierno bastante nacionalista, y que el año que viene se convertirá en el más poblado del mundo, se ha mostrado comprensivo con Moscú y no ha respaldado claramente la batería de sanciones que se han impuesto a la economía y autoridades rusas. En la UE; con varios países fronterizos con Ucrania y no pocos con el recuerdo de haber vivido bajo el dominio soviético hasta hace bien poco, la respuesta gubernamental ha sido casi unánime, y firme. Es de destacar el compromiso báltico, donde naciones como Finlandia y Suecia, tradicionalmente neutrales, han sentido el miedo en el cuerpo y han corrido a solicitar su adhesión a una OTAN que se encontraba medio muerta y que la invasión ha revitalizado de una manera espectacular. ¿Por qué señalo lo de “casi” unanimidad? Porque algún gobierno, especialmente el del húngaro Orban, ha seguido mostrando su pleitesía la sátrapa moscovita y ha tratado de torpedear todos los acuerdos que, pese a sus esfuerzos, se han ido alcanzando. Orban en el poder, Berlusconi cerca y formaciones como Podemos en nuestro país, y otras en otras naciones, han sido los portavoces interpuestos de un Kremlin que, pese a sus reveses, sigue siendo hábil elaborando argumentarios basura para los que no faltan propagandistas bien subvencionados (no, en rublos no) que los vendan y público ávido por comprarlo. A destacar también el silencio cómplice de un Vaticano degradado hasta el extremo, que nada ha hecho para ayudar a Ucrania y mostrarle apoyo real. Nada.
El estallido y desarrollo de la guerra lo ha condicionado todo, disparando una inflación que ya venía de antes pero que con las restricciones energéticas y de materias primas se ha hecho insoportable. Eso ha obligado a los bancos centrales a disparar los tipos de interés y por ahí se han pinchado burbujas como la de las criptomonedas. El mundo termina 2022 con la esperanza de la resistencia ucraniana, con Zelensky convertido en merecido héroe global y la sensación de que queda mucho para que este desastre se acabe. Millones de refugiados siguen fuera de su país y las perspectivas de volver a una nación en paz y reconstruible se antojan escasas en el corto plazo. Pro primera vez desde la II Guerra Mundial, un país europeo ha sido invadido. Estamos en guerra.
Subo hoy a Elorrio a pasar las fiestas. Cuídense, felices navidades entrada en el nuevo año. El siguiente artículo debiera ser el martes 3 de enero de 2023