Cosas del espacio tiempo. Cuando el cohete gigantesco que transportaba la misión Artemisa despegaba de cabo Cañaveral, el gobierno desmentía rotundamente que fuera a aprobar reforma alguna del delito de malversación. Tres semanas después, con el amerizaje de la nave en las aguas del Pacífico californiano, el desgobierno ya había firmado la devaluación del delito a mayor gloria de los independentistas, dejando a los mariachis, que se dicen periodistas, que defienden a capa y espada las locuras del ejecutivo, más chamuscados que la plataforma de lanzamiento de la misión espacial. A veces es más peligrosa la despolítica que el espacio exterior.
Entre medias, además de la vergonzosa degeneración del gobierno, la NASA puede presumir de un éxito completo en una de las misiones más importantes de los últimos años, tanto por los esfuerzos a ella dedicados como los objetivos que se basaban en que todo fuera bien. El programa Artemisa nació gafado, heredero de intentonas previas, principalmente el Constellation, que fueron canceladas por su elevado presupuesto y falta de rumbo. Artemisa surgió como solución de compromiso para reciclar gran parte de la tecnología disponible, añadir nuevas piezas y reconfigurar unas misiones que tuvieran el atractivo de la Luna como objetivo declarado, con la ambición de Marte de fondo. El progresivo abandono al que va a ser sometida la Estación Espacial Internacional a medida que se acerca la fecha final de su vida útil, unida a la ruptura de la cooperación con Rusia, obligaba a EEUU a poseer un programa propio en el espacio, y la NASA, agencia pública, a desarrollar una iniciativa que le volviera a poner como líder, agobiada por el estrellato de SpaceX, iniciativa privada de Elon Musk que se ha quedado, en la práctica, con el mercado de lanzamiento de satélites (su tecnología de reutilización de cohetes es imbatible) y era el proveedor de naves tripuladas para llegar a la órbita baja. Artemisa, además, debía generar carga de trabajo para los diferentes contratistas y centros de pruebas que, asociados a la NASA, se ubican por toda la nación y emplean a miles de trabajadores. En este sentido, la carrera espacial es, en esencia, un enorme programa de inversión pública creadora de empleo y desarrollo en aquellos lugares donde las empresas involucradas se instalan. Una NASA sin proyecto ni presupuesto de respaldo son miles de despidos. Por eso la arquitectura de la misión recuerda mucho a las extintas Apollo, empezando por el diseño de la cápsula, y el lanzador le sonará familiar a los seguidores de las andanzas del transbordador, dado que se diseñó en base a mezclar sus motores con el depósito externo de combustible. En su primera misión, no tripulada, Artemisa debía probar que el nuevo proyecto es viable, que el lanzador funciona, que la sonda era capaz de llegar a la Luna y orbitarla de manera intensiva, que podía salir de esa órbita y entrar en trayectoria terrestre, que el escudo protector permitiera llevar a cabo la reentrada en nuestra atmósfera y que el amerizaje se hiciera sin riesgos ni entrada de agua en la nave. Y de paso miles y miles de testeos, telemetrías y todo tipo de secuencias de prueba para comprobar que la estructura de la misión es sólida. En el interior de la nave, capaz de albergar a cuatro personas, iban tres maniquíes que también debían ser fuente de datos para los futuros astronautas, de tal manera que aceleraciones, atmósferas, presión y demás parámetros que se midieran en el interior de la nave fueran compatibles con la vida. Si algo falla allí arriba las opciones de rescate son nulas y las posibilidades de arreglo, muy difíciles, como ya comprobó la misión del Apollo XIII. La sensación que ofrece Artemisa I, ya de vuelta, es que todas las pruebas se han superado con éxito y que todo ha salido tal y como se esperaba. La NASA se jugaba gran parte de su prestigio (y su viabilidad presupuestaria) en esta misión y, creo, puede estar tranquila y satisfecha. Está en condiciones de seguir adelante con el programa y solicitar fondos adicionales para ello.
Además de las barrabasadas de nuestro gobierno, la vuelta de Artemisa ha coincidido con el cincuenta aniversario de la llegada a la Luna de la misión Apollo XVII, la última que puso a un ser humano en el suelo de nuestro satélite. En el año en el que nacía éste que esto les escribe se acabó el sueño de la conquista de otros mundos. Desde entonces nadie ha vuelto allí, ni a una órbita superior a los más o menos 400 kilómetros a los que se encuentran las estaciones espaciales. Dudo que el plan de la NASA de que Artemisa sea la puerta de entrada al viaje marciano tenga algo de fundamento, pero sí es una misión viable para volver a nuestro satélite y plantearse un programa de investigación permanente en él. Felicidades, NASA, prueba superada.
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