Como la actualidad política nacional es un cenagal, prefiero no opinar sobre ella aunque me salgan pareados. Es deprimente lo que puede hacer un gobierno para persistir. Por ello, me voy a ir lejos para asistir a un experimento médico y social de dimensiones apabullantes. Si recuerdan, hace no mucho comentábamos las protestas contra el régimen chino por parte de ciudadanos aprisionados en sus viviendas por el régimen de covid cero impuesto por la dictadura. Eran las mayores manifestaciones vistas desde los sucesos de Tianan Men y el régimen se puso nervioso. Inicialmente optó por la clásica vía represiva, un poco a lo iraní, pero en unos días, de manera sorprendente, decidió dar la razón a los manifestantes y desmantelar las restricciones covid por completo.
Tres años de incesantes mensajes sobre la gravedad absoluta de la enfermedad, la propaganda del régimen ha puesto a todo volumen el mantra de que ómicron no es peligrosa y que el autocuidado es el que debe reinar. Se acabaron los controles PCR, los confinamientos estrictos o laxos, se acabó todo. El ciudadano debe autodiagnosticarse si cree que está enfermo y recurrir a medicación paliativa de los síntomas, y ya está. Se ha reforzado el proceso de vacunación a la población general, especialmente a los mayores, con el suero patrio, menos eficaz que las vacunas occidentales de tecnología ARN, y el seguimiento de casos y todo eso se ha paralizado y las cifras ya no sirven para nada. Las estadísticas de los infectados y fallecidos en China siempre han sido sospechosas, por usar un término diplomático, porque nadie se cree que los poco más de cinco mil fallecidos oficiales que aseguraba tener el gobierno de Beijing sean los únicos que han caído en aquella inmensa nación. La decisión de pegar un volantazo en la estrategia covid va a tener enormes consecuencias para la nación, y no sólo en aspectos económicos o sociales, sino simplemente sanitarias. Cientos de millones de chinos ni están inmuinizados vía vacuna ni, desde luego, han pasado la enfermedad fruto de las enormes restricciones sufridas en estos años, por lo que poseen en la práctica un grado de inmunidad natural nulo. A efectos prácticos, están como estaba España en febrero marzo de 2020 ante una variante menos letal como es ómicron. El resultado que puede esperarse es difícil de estimar, pero dadas las enormes cifras de la población china, y el envejecimiento que ha experimentado en los últimos años, es fácil suponer que, aunque la mortalidad causada por ómicron sea baja, se lleve por delante a muchos chinos, y muchos pueden ser cifras medidas en unidades de millón. Lo más divertido del caso es que si antes las cifras de la enfermedad eran falsas, ahora directamente serán inexistentes, por lo que nunca sabremos realmente el impacto de la epidemia en aquel país. La información que nos llega, fruto de testimonios de los que allí viven, es de una sensación de nerviosismos, de autoconfinamiento general de la población ante el temor a la enfermedad y de disparo de casos sintomáticos compatibles con covid en el entorno de los que son nuestras fuentes de información. Corresponsales de prensa, españoles que trabajan allí, etc, cuentan la imagen de unas ciudades semiapagadas, con negocios cerrados y escasa vida en las calles. Colas en las farmacias para conseguir pruebas de antígenos, recientemente implantadas en el país, y medicamentos para bajar la fiebre, que se agotan nada más ser dispensados. Las toses y mocos se reproducen y, según comentan, las funerarias avisan que empiezan a tener mucho trabajo, síntoma inequívoco de que las defunciones comienzan a darse. Las dimensiones de la ola, en cuanto a contagios e impacto, pueden ser tremendas.
Me da que el régimen de Beijing ha decidido dar carpetazo al covid en una especie de traca final en la que sea la naturaleza la que determine quién se salva y quién no, siempre que los gerifaltes del partido estén convenientemente protegidos. Si la ola pasa, devasta y desaparece, China puede afrontar gran parte de 2023 con una economía en recuperación y una vitalidad social como antaño. Y los que se queden, los que fallezcan, serán olvidados casi tan deprisa como lo han sido en nuestras propias naciones. Como experimento no me digan que no está mal. Como probable resultado en lo mortífero, a la altura de otras grandes medidas llevadas a cabo en China en décadas pasadas. Una pesadilla.
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