Si todo va como preveo, mañana publicaré el último artículo de este 2022, así que toca hacer un poco de resumen en un ejercicio que ha sido más aciago de lo esperado y mucho, mucho más cruel. En casa, ruido y furia, pero sin el arte de Shakespeare de por medio. La política nacional ha ido enfangándose cada vez más en medio de acusaciones y manipulaciones de todo tipo, encabezadas por el gobierno, que es el que tiene más capacidad para embarrar y serenar, pero lo cierto es que la política se ha “futbolizado” de una manera que la hacen ser casi repulsiva para los que nos sentimos interesados por ella. Como dijo Ortega y Gasset “no es esto, no es esto”.
Para los dos grandes partidos ha sido un año de luces y sombras. Sánchez se mantiene en el gobierno y ha logrado sacar adelante unos nuevos presupuestos, mostrando lo engrasada que está la mayoría de la investidura, aunque eso requiera reformas legales como la supresión de la sedición o la rebaja de la malversación que, hace pocos meses, eran negadas tajantemente y ahora se venden como urgentes y lógicas. El desastre de la aplicación de la ley del “solo sí es sí” y la negativa de los morados a apoyar las demandas de ayuda a Ucrania han supuesto los mayores roces en una extraña coalición de gobierno en la que siguen habitando dos ejecutivos que no se hablan. De cara al año que viene, superelectoral, la estrategia sanchista pasa por hacerse más podemita que muchos de Podemos para quedarse con esos votos, aunque en el camino el PSOE quede convertido apenas en una triste sombra de lo que era, todo a mayor gloria del líder incuestionado. En ese lado del tablero sigue siendo una incógnita el comportamiento electoral de la plataforma sumar, que lidera Yolanda Díaz. Aunque me sigue pareciendo un ejercicio de melancolía, el año que viene veremos si se presenta, dónde, cómo y con qué resultado. Por ahora el trabajo más intenso en torno a ese proyecto lo está realizando el líder supremo de Podemos, el sectario Iglesias, que no deja de intentar destruir todo lo que no sea acorde a su visión estalinista de la vida, en la que él, y sólo él, es la verdad revelada. En el PP ha sido un año convulso, con intento de suicidio colectivo incluido. El liderazgo de Casado, endeble y sometido a malos resultados en comicios regionales, gran gatillazo en Castilla y León, acabó siendo destruido cuando se enfrentó a Ayuso en un episodio que era difícil de entender. Bisoñez, falta de experiencia y unos cargos ejecutivos bastante incapaces arrastraron el partido hasta una crisis total, que supuso la llegada de Feijoo a la dirección de Génova con la aclamación que él siempre había deseado. Tras un repunte potente en las encuestas, Feijoo va aprendiendo que Madrid es una plaza dura en la que no se perdonan los errores y en la que siempre te van a someter a un tercer grado hagas lo que hagas. Sigue teniendo cara de añorar la vida gallega tranquila y se la juega al todo o nada en las generales de finales de 2023, con las autonómicas y municipales de mayo como previa. El excelente resultado de Moreno Bonilla en Andalucía, con un estilo sosegado, ha dado alas a los estrategas del PP, que aspiran a repetir algo similar en el conjunto del país. Lo veo casi imposible, porque la fragmentación política y el populismo han venido para quedarse más tiempo de lo que uno pueda aguantar. Ha sido un mal año para Vox, lo que es una buena noticia, y el año de la casi descomposición de Ciudadanos, lo que es una pena. Los exaltados de Abascal han hecho el ridículo varias veces, especialmente en las autonómicas andaluzas, y mostrado que son muy buenos en el insulto y la bronca, pero en nada más. Al igual que su reflejo exaltado de Podemos, son la muestra de un problema en nuestra política, el sectarismo extremo, y ambos siguen realizando un ejercicio de presión ideológica a través de las redes sociales que mantiene parcialmente secuestrados a los grandes partidos, les roban voto que impide mayorías estables y les obligan a hacer caso a la minoría ruidosa y faltona, mientras que los problemas de la mayoría social del país, de clase media, templada en lo ideológico y espero que no tan desnortada en lo vital como yo, son dejados de lado.
Ha sido el año del disparo de precios, que venía de antes, pero que la guerra de Ucrania llevó al extremo, el año del verano eterno, de calor insufrible, ausencia de lluvias e incendios por doquier. En 2022 hemos vencido al coronavirus en España y la pandemia quedó atrás por completo, de tal manera que ya pocos la recuerdan. Su final ha puesto sobre la mesa el desastroso estado de la atención primaria en las CCAA y el abandono de los profesionales sanitarios, que es más destacado por los medios en algunas regiones que en otras, pero que se repite sin cesar. Ha sido un ejercicio más duro de lo esperado. Confiaba en que fuera de recuperación y festejo tras la pesadilla del Covid, pero el regusto que me deja es amargo.
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