La recepción de un paquete incendiario en la embajada de Ucrania el pasado miércoles, que causó un herido leve en el personal de la legación al abrirlo, ha permitido conocer la existencia de varios de estos envíos, que llevan llegando, desde hace días, a distintos organismos oficiales y empresas, relacionados todos con la guerra de Ucrania. De hecho fue Moncloa el primer lugar en el que se detectó un envío de este tipo, que no causó efecto alguno, porque fue desactivado antes de tiempo, y luego paquetes similares han llegado a sedes ministeriales y bases militares, en lo que parece una acción coordinada, de baja intensidad, pero de importancia relevante.
Realmente no son paquetes explosivos, no hay bomba. El sobre acartonado contiene una pequeña cantidad de material pirotécnico que, al abrirse, con el mecanismo insertado, se incendia, de tal manera que no hay explosión, pero sí un pequeño fuego que, cogido con las manos o cerca de la cara, puede provocar heridas. La forma de actuar es la clásica del terrorismo, pero cierto es que la entidad de lo que se remite no llega a tanto, por lo que la alarma que se debe suscitar no es la máxima, pero sí es algo a estudiar. Pareciera que no hay una organización compleja tras los envíos, sino una persona, o pocas, que han usado métodos caseros para ello. ¿Un grupo de indignados pro rusos? Quién sabe. Se cree que, aunque no hay remite, todos los paquetes se han mandado desde el territorio nacional y que la forma, letra y disposición de los mismos, idéntica, apunta a un origen común. Es España el primer país, que yo conozca, en el que se producen incidentes de este tipo, más propios del sabotaje de la era analógica que de las ciberguerras de ahora, en el que alguna facción que ve con buenos ojos la invasión rusa, y con malos nuestro papel de apoyo a Ucrania, ha decidido pasar a la acción. Al inicio de la guerra se vieron algunas zetas (ZZZZ) serigrafiadas en fachadas del País Vasco, donde los de siempre seguramente sentían reverdecer sus instintos violentos al ver nuevamente bombas y explosiones contra civiles indefensos, y se morían de envidia. De hecho, se pudieron ver inscripciones de esas en las puertas y alrededores de instalaciones que fueron utilizadas para acoger la oleada inicial de refugiados ucranianos que salieron corriendo. Esas ZZZ en la puerta del refugio eran un símbolo de odio perpetrado por los intolerantes locales, que no descansan. La cosa no fue a más y no ha llegado registro de incidente de ningún tipo, al menos en nuestro país. El apoyo nacional a Ucrania ha sido muy elevado, aunque no tanto el militar, dadas las carencias de nuestro propio ejército y la posición pro rusa de parte del ejecutivo, pero el compromiso político y emocional de España con la defensa de Ucrania ante la salvaje agresión rusa es claro y sincero, y así lo han interpretado tanto los propios ucranianos como, obviamente, el que ha remitido estos paquetes, que sin duda reniega de esa solidaridad frente al agredido. ETA, en sus tiempos de actividad terrorista, recurrió algunas veces a este método de extorsión, en su caso remitiendo auténticas cartas y paquetes bomba, muchas de las cuales, afortunadamente, fallaron, pero otras causaron heridas significativas a sus pobres destinatarios. No hizo un uso masivo de este sistema porque las medias de seguridad de los objetivos empezaron a ser significativas, en forma de escáneres que inspeccionan los envíos, y la cosa se fue diluyendo, optaron por vías más expeditivas como la bomba convencional y el tiro en la nuca. El uso más reciente y aterrador del envío postal amenazante lo recuerdo en EEUU, con aquellas cartas con ántrax que surgieron pocas semanas después de los atentados del 11S, que sembraron de pánico parte del país y que, como aparecieron, dejaron de surgir y nada más se supo de ellas. En este caso el sobre es un buen medio para transportar el patógeno, que no será detectado por ningún sistema de escaneo.
De todos estos paquetes, el que ha llegado a la base de Torrejón se mantiene en uso, de tal manera que puede ser investigado en detalle su contenido y las posibles pistas, huellas o lo que sea que allí hayan quedado tras el proceso de elaboración llevado a cabo por los autores. Esperemos que, esta vez, las investigaciones lleguen a algún puerto y se detenga al autor, o autores, de estos actos. Quizás recuerden aquellos envíos de balas en la campaña autonómica madrileña de 2021, que tanto revuelo crearon, de los que nada más se supo y que ninguna investigación llevó a autoría conocida. Confiemos en que esta vez no pase lo mismo y los que se dedican a estas suciedades sean detenidos.
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