No sólo caen reformas legislativas gubernamentales como chuzos de punta, que anegan el marco jurídico y lo colapsan, no, también llueve. Este extraño 2022, que tuvo un invierno suave y una primavera de lluvia abundante, pero sin exceso, se encabritó en el verano y se convirtió ahí en histórico, superando día tras día la intensidad en los termómetros y el reseco en los suelos. En la práctica el verano duró hasta el final de octubre, pero la bajada de temperaturas no vino con lluvia. La sequía prolongada, preludiada por años pasados escasos de precipitación, se empezó a convertir en otro problema al que nadie, ni si quiere los trileros de Moncloa, podían ponerle remedio. Sólo la lluvia era capaz de arreglarlo.
Y diciembre ha traído lluvias como no se recordaban en mucho tiempo. El bloqueo anticiclónico que se empezó a gestar en el polo norte a finales de noviembre abría la posibilidad de que la corriente en chorro por la que circulan las borrascas bajase de latitud y nos impactara, y finalmente así ha sido. Un tren de borrascas ha llegado a nuestro país en las últimas semanas y regado los campos, que estaban áridos. La inmensa mayoría de esas lluvias han sido oro, maravilla caída del cielo, puro regalo para unos cultivos, bosques y terrenos que estaban en las últimas, y preludio de ascenso en las reservas de los pantanos, que empezaban a parecer extensiones yermas propias de las películas del oeste. Algunas de las lluvias, sin embargo, sí han causado problemas, en forma de inundación. Afortunadamente no de las tempestuosas, de esas que, en forma de catarata, lo arrastran todo y causan graves daños y víctimas, sino inundaciones de las lentas, fruto del desborde de los cauces de ríos grandes que anegan vegas y convierten en lagos las zonas aledañas a las riberas. Para los que allí tienen casas y enseres les preocupa poco el tipo de inundación sufrida, porque el destrozo que el agua causa es elevado en todo caso, pero hemos tenido la fortuna que las desgracias personales están siendo muy escasas, a excepción del agente forestal fallecido ayer Salamanca, cuyo coche fue arrastrado por una riera. En general, toda esta agua es de lo mejor que nos ha pasado en este aciago año, lleno de malas noticias, y como tal debemos recibirla. En Madrid, ese lugar que sale en la tele cuando llueve, volvió a caer con ganas, tras varios días de precipitaciones. Más de cien litros por metro cuadrado han caído en lo que llevamos de diciembre en la capital, lo que supone la cuarta parte de la lluvia recogida en un año normal por estos lares. Ayer, sobre mojado, el cielo decidió darnos un escarmiento a los capitalinos, quizás también enfadado por la actitud del gobierno, y se desató una enorme tormenta que, con algún rayo y todo, algo muy poco habitual en estas fechas del año, convirtió la ciudad en el país de los lagos. Salir de la oficina a eso de las 19 era una aventura, mejor con paraguas, pero realmente podo distinguible, dada la manta de agua que precipitaba y los ríos en los que se habían convertido las calles. En el escaso trayecto entre la puerta del trabajo y el metro me empapé hasta bastante más arriba de los tobillos, porque era imposible vadear los torrentes que subían casi hasta las aceras desde un asfalto sumergido. Alcancé el metro y no tuve problemas en el trayecto a casa, pero a medida que pasaban los minutos veía por Twitter que las estaciones cerradas por estar inundadas iban a más. Inicialmente fue sólo la de Banco de España, pero luego era un rosario, en distintas líneas, las que se iban uniendo al parte de bajas, fruto de la catarata que nos caía encima. Al poco de llegar a mi casa la lluvia remitió, y ya apenas cayó nada el resto del día. El frente nos abandonó y se dedicó a descargar sobre Guadalajara y el alto Tajo. El metro, poco a poco, iba anunciado la reapertura de estaciones que, como pacientes tratados, se daban de alta.
Veo en los registros de AEMET que cayeron ayer unos 30 litros a lo largo de la tarde en Madrid, lo que es bastante, y más tras algunos días seguidos de lluvia que ha dejado jardines y demás superficies proclives a absorber ya muy saturadas. Esa lluvia, que causo enormes atascos y problemas de todo tipo, irá claramente a menos hoy y mañana, y no estará el fin de semana. De manera desordenada, concentrada, casi como un atracón bulímico, nos ha caído lo normal de unos tres meses en semana y media. La curva de ascenso de los pantanos, como la del pico inflacionario, reflejará la cuantía de lo recogido. Y con ella regaremos, y beberemos. De ella viviremos.
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