El martes, a media noche, comenzó la tregua pactada entre Israel y Hezbollah, que permite la conclusión de la guerra del Líbano, que Israel comenzó de manera abierta hace pocos meses. Unos intensos bombardeos sobre el sur de Beirut fueron los últimos actos de esta campaña militar que ha costado la vida a algo más de tres mil libaneses, según fuentes de ese propio país, y que ha reducido a escombros parte de los suburbios de Beirut y otras localidades de la zona sur, cercanas a la frontera con Israel. Desde ayer eran incesantes las caravanas de vehículos que llegaban a Beirut y otras poblaciones, miles de personas que huyeron en cuanto empezó la guerra y que retornan a sus hogares, convertidos en muchas ocasiones en ruinas.
El balance de la guerra para Israel es mucho mejor de lo que nadie hubiera imaginado. Recordemos que el golpe contra Hezbollah empezó con aquella asombrosa operación en la que los buscas y walkies de miles de los altos cargos de la organización estallaban sin previo aviso, siendo portados por sus poseedores, que resultaban heridos de mayor o menor consideración, pero que, en todo caso, se quedaban con el miedo en el cuerpo al comprobar hasta qué punto la inteligencia israelí estaba infiltrada en sus estructuras. Tras ese audaz golpe vinieron algunos ataques puntuales y, después, el inicio de la guerra en sí, con una acción impactante, como fue la destrucción del búnker en el que se ocultaba el jefe de la milicia pro iraní, el jeque Nasrallah, mediante el empleo de unos misiles que provocaron unas explosiones devastadoras en un Beirut que empezaba a sentir en sus carnes lo que se le venía encima. Descabezada, nerviosa y sin capacidad de comunicación, Hezbollah ha sido masacrada de manera sistemática por parte de las IDF, que han actuado a placer, con una muy escasa resistencia, destruyendo objetivos marcados y, si me apuran, barrios completos en los que se sospechaba se escondían milicianos de la organización y silos de misiles y otro tipo de armamentos. La respuesta militar de la organización ha sido realmente escasa, como si, la verdad, hubiera quedado noqueada. Se han lanzado algunas salvas de misiles sobre el norte de Israel, pero que no han causado apenas víctimas y unos daños materiales menores. Queda la sensación de que el enorme poderío de la milicia ha sido muy dañado, convirtiéndola en algo no irrelevante, pero sí desde luego muy lejos de lo que ella misma vendía en cuanto a capacidades de ataque. Una vez arrancada la tregua, y que la vida vaya volviendo poco a poco al castigado Líbano, estará por ver que las redes sociales que han permitido a Hezbollah ser el principal músculo de poder en el país se mantengan como tales, que el flujo de dinero y recursos que Irán le destinaba pueda seguir fluyendo como antaño y si, en definitiva, el país se mantendrá como una especie de protectorado controlado desde Teherán por su milicia. Es evidente que esta guerra, como todas, sembrará odios y venganzas, y no serán pocos los que quieran una revancha para hacer que Israel sufra algo por los crímenes cometidos en su ofensiva, pero la verdad es que, tras el apabullante poder militar y de inteligencia mostrado por las IDF, más de uno, en Líbano y Teherán, se lo va a pensar mucho antes de emprender cualquier tipo de respuesta ofensiva contra Israel. El gobierno de Netanyahu ha demostrado que no tiene cortapisa alguna a la hora de actuar y que cuenta con unos efectivos humanos y materiales que están a muy amplia distancia respecto a sus enemigos, por lo que es probable que, al menos, el frente libanés esté apaciguado durante un tiempo, el que se tarde en reconstruir gran parte de los enormes daños sufridos en el país y se reorganicen las estructuras sociales de un Líbano que, ya antes de la guerra, era un estado fallido, quebrado y semi deshecho.
La guerra en el norte ha terminado, pero no en el sur. Las ofensivas en lo que ya es la escombrera de Gaza se mantienen, con un Hamas totalmente aislado, abandonado por su patrocinador chií y el resto de lo que fueran sus socios colaboradores, una población palestina sometida a unas condiciones de vida insoportables y en torno a un centenar de rehenes israelitas que, se supone, se mantienen entre los restos de la franja en manos de sus captores. No está claro cuántos de ellos siguen vivos, temiéndose que no sean demasiados. Sus familias siguen reclamando al gobierno de Netanyahu su liberación y acusan al gabinete y al primer ministro de no haber sido esa prioridad, la de los rehenes, la que ha guiado sus actos, sino todo lo que fuera en beneficio del propio Bibi que, por ahora, sale fortalecido por las guerras y se encuentra en búsqueda por decreto de la Corte Penal Internacional. Poco le importa.
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