Como vivimos en una época algo absurda, en la que el pensamiento mágico y la autoayuda sirve de guía para muchos, confundimos el deseo con la realidad, pensamos que si nos concentramos para que algo no suceda el hecho no se da, y la verdad, no hay mayor engaño posible. Algunas cosas de las que pasan sí están relacionadas con nuestras acciones, fruto de deseos, pero la inmensa mayoría de ellas no. Creer que Harris iba a ganar las elecciones en EEUU y no hacer nada en previsión de que fuera Trump es una manera de autoengañarse, porque la probabilidad de que é ganase era, a priori, la misma o un poco más que la de ella. Ahora sólo queda lamentar.
Especialmente en la UE, no estamos preparados para lo que puede ser una reedición de lo que fueron los años de la administración Trump, y esta vez reforzados, porque el personaje ya conoce cómo funciona la maquinaria de Washington y sabe cómo desactivarla. Hay dos planos fundamentales donde tenemos que cambiar de pensamiento de forma acelerada y empezar a diseñar estrategias de supervivencia. Uno es el económico. La UE, gran exportador global, se enfrenta a un recrudecimiento de los aranceles que surgirá de la primera potencia global, y no podemos ganar una guerra comercial, porque dependemos mucho de lo que vendemos a los demás y de lo que les compramos. Gran parte de nuestra riqueza se sustenta en ese intercambio de bienes y servicios, y frente a naciones como EEUU, autosuficiente en energía, o China, en producción, no somos capaces de cubrir nuestras necesidades ni en uno ni en otro sector. Una escala de los aranceles nos va a empobrecer a todos, porque hará subir los precios, la maldita inflación, esta vez no por cuellos de botella o problemas logísticos, sino directamente por decisiones unilaterales que empezarán en Washington. En el estado actual de gran debilidad de la UE (el derrumbe del gobierno alemán no es sino el reflejo de su economía en recesión técnica) esto puede convertirse en un problema enorme y de difícil arreglo. El otro plano de urgencia es el de la seguridad. Desde el primer mandato de Trump se vio que depender de EEUU para la seguridad de la UE había sido beneficioso para ambas partes mientras se mantuviese una confianza mutua, pero nadie confía en Trump y él no lo hace en los europeos. Sin el paraguas norteamericano la defensa europea es una ridiculez. Cierto es que la suma de los presupuestos nacionales de defensa de los países de la UE es muy significativa en el contexto global, pero, literalmente, cada uno hacemos la guerra por nuestra cuenta, con empresas propias que son monopolios nacionales, ausencia de estándares a la hora de la fabricación de proyectiles, piezas de artillería y cualquier otro equipamiento, con tecnologías de vanguardia procedentes de otras naciones de fuera de la UE, etc. La desoladora guerra en Ucrania ha mostrado nuestra enorme debilidad en ese flanco. Sostenemos moral y financieramente a Kiev, pero es EEUU quien le abastece de armamento, tanto por cantidad como por precisión. Si la defensa de Ucrania dependiera de los suministros bélicos de los países de la UE hacía ya un tiempo que Kiev hubiera sido derrotada. Esto es así de crudo. Y una estrategia militar de defensa conjunta no se improvisa en una tarde, no. La OTAN, la alianza defensiva de occidente, no deja de ser una estructura en la que EEUU está rodeado de una serie de mariachis de mayor o menor tamaño, pero ínfimos en todo caso frente al poderío norteamericano. Si Trump no mantiene un compromiso serio y creíble sobre su participación en la Alianza, esta tendrá poco futuro. Y no les cuento si, como ha llegado a declarar, la abandona o pasa de ella. Rusia y otros enemigos de la UE saben todo esto perfectamente, y observan y esperan acontecimientos. Una UE abandonada por EEUU se convertiría en una región riquísima para los estándares globales y sometida a una enorme amenaza exterior.
Si desde España esto se ve con la pereza habitual con la que muchos contemplan los problemas globales (dado que somos necios a la hora de arreglar problemas locales propios no se extrañen) imagínense lo que se debió sentir ayer en las repúblicas bálticas, estados enanos pertenecientes a la UE y con frontera con Rusia, o en Polonia, que tiene frontera con Bielorrusia y con Moscú a través del enclave de Kaliningrado, o en cualquier otra nación del este que recuerde su pasado de sometimiento a la dictadura soviética y no esté gobernada por un autócrata que añore aquello, como es el caso de Hungría con Orban. El escalofrío debió ser creciente a medida que caían los estados en manos de quine ha dicho que no les defenderá.
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