Cuando se descubren tramas corruptas muchas personas que no han estado involucradas en ellas se preguntan el por qué de tanto dinero involucrado, cómo la avaricia puede seguir existiendo en personas que se llevan cientos de miles de euros. La respuesta obvia es que hay deseos humanos que no conocen límites, que una vez que se alcanza un grado se considera lo normal y es necesario escalar al siguiente. El de los cientos de miles, convencido de que eso es lo natural, aspira a la cifra mágica de los millones, y el que en ella ya está escala a la decena, y así hasta las estratosféricas cifras de Elon Musk. Salvo excepciones, la naturaleza humana es así, el corruptor lo sabe y explota.
El caso reciente del jefe de blanqueo de la policía de Madrid esconde todo este tipo de comportamientos y un contexto tan sórdido como paradójico. Que un alto cargo de la policía, encargado del fraude financiero, sea pillado con millones de euros fruto de su corrupción es similar a, no se, que un político tan declaradamente feminista como Errejón fuera descubierto en una faceta de abusador de mujeres, no se si me explico. El sujeto policial escondía unos veinte millones de euros en su casa, emparedados entre los tabiques. Le gustaba el dinero, pero le venían mal los lofts. Enormes cantidades de billetes entre ladrillos y revocos, que sin duda proporcionaban un aislamiento térmico y acústico de primera división. Seguro que había un factor ecosostenible en su actuación que aún no ha sido desvelado, pero que puede llegar a eximirle de alguno de sus delitos. Además, el sujeto guardaba cerca de un millón de euros en billetes en su despacho de trabajo, en la sede de la policía, en la mesa de la oficina. Es de suponer que no en papeles sueltos encima del escritorio, a modo de caramelos golosos, sino a buen recaudo, en algún cajón cerrado con llave. El señor iba a trabajar en coche, que era cambiados cada pocos meses, y con una nivel motorizante de aúpa, en el que los Lamborghinis y otro tipo de vehículos de esos que le gustan a Pedro Sánchez cuando quiere hacer comparativas falaces, se sucedían como en una especie de concesionario. Son buenos coches, se diría así mismo y a sus compañeros, para perseguir a los delincuentes, ya es hora de la que las fuerzas del bien pasen del Dacia o el Renault a un coche de alta gama para que los macarras que se nos escapan sepan lo que es bueno. No descarten que soltase alguna perla por el estilo. No se si el aparcamiento del complejo en el que trabajaba, es un decir, el sujeto detenido es descubierto o subterráneo. De serlo al aire libre debía de ser llamativa la llegada del jefe en un coche llamativo, ruidoso y más bien propio de los sujetos a los que decía perseguir. ¿Nadie de su equipo de trabajo tenía la más mínima sospecha del tren de vida que llevaba su jefe? Lo cierto es que todos trabajan en un sector en el que se investigan delitos, y la sospecha de lo que sucede alrededor es una de las más valiosas herramientas que pueden tener en su profesión. No se, no era una oficina de seguros o una contrata de parques y jardines. A todo esto debemos sumar que la pareja del personaje, también policía, ha sido detenida igualmente, porque ha quedado claro que el hombre emparedante no llevaba una doble vida y no le ocultaba a su mujer lo que servía para decorar el interior de su vivienda y vida. Ambos circulaban en esos ostentosos coches y se beneficiaban de un tren de vida que para sí lo quisiera la Alta Velocidad en época de incidencias constantes. El sujeto acabó ligando y echándose pareja en el trabajo, cosa que no es lo más recomendable, pero decidió compartirlo todo con ella. Era sincero, no le ocultaba nada ni le engañaba, entiéndase que a ella. A todos los demás sí, empezando por sus compañeros, superiores jerárquicos (que no son tantos) y, en general, a la sociedad, que le pagaba el sueldo, más bien la propina, y le respetaba dado el uniforme y placa que portaba. Descubierto el pastel, o el tabique, la vergüenza es absoluta.
Parece bastante claro que este jefe policial era empleado de alto nivel de un cártel de la droga, a los que informaba de las operaciones que se estaban desarrollando y avisaba de posibles redadas, siendo recompensado muy generosamente por parte de los delincuentes con papelitos de colores en cuantía suficiente como para montar un Monopoly. Quién mejor que el responsable de blanqueo de la policía para que sea nuestro hombre, debió pensar la organización traficante en un pensamiento de chulería propio de Bilbao centro. Y el resultado, ahora descubierto, ha debido ser de lo más rentable. Si el policía capullo se ha llevado veinte millones, calculen lo que habrán sacado de beneficio los narcos. En fin, lo de siempre, pero como nunca.
Subo a Elorrio y me cojo tres días de vacaciones. Si sobrevivimos a la vorágine actual, nos leemos el jueves 21. Pásenlo bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario