martes, noviembre 26, 2024

Rusia acelera su ofensiva

La semana pasada la tensión global creció varios puntos tras el ataque ruso sobre Ucrania en el que se empleó un nuevo modelo de misil balístico intercontinental, un ICBM, dotado de múltiples cabezas. Este tipo de misiles están diseñados para portar ojivas nucleares y realizar trayectorias parabólicas enormes, que ascienden a unos centenares de kilómetros sobre la superficie, y logran alcanzar sus objetivos, a miles de kilómetros de distancia, en un tiempo de una hora más o menos. Son prácticamente imparables, y los sistemas de defensa antiproyectiles apenas pueden hacer nada ante su velocidad. Son la herramienta que garantiza la destrucción mutua asegurada, el equilibrio del terror nuclear.

Solamente el empleo de un misil de este tipo por parte de Rusia en un ejercicio militar de ataque contra otra nación es para ponerse nervioso, aunque las consecuencias prácticas del ataque hayan sido escasas. En este caso parece que estamos ante un ensayo, una especie de prueba real sobre el funcionamiento del misil, aprovechando que hay una guerra abierta y que se puede disparar contra objetivos reales. Putin apareció ante los medios desde su despacho, en su habitual pose fría con la que lo mismo explica los avatares de la guerra como podría describir la redacción de un decreto administrativo, y dijo que el empleo de este misil es una respuesta ante el permiso otorgado por EEUU y Reino Unido a Ucrania para que empleen contra instalaciones en suelo ruso los misiles occidentales con los que se ha dotado al ejército de Kiev. El concepto de escalada ha sido usado por todos lo medios de comunicación y analistas, y la sensación de que los combates se recrudecen es cierta. ¿Qué está pasando? Algo tan simple como grave, y es la percepción general de que la llegada de Trump va a cambiar notablemente el curso de los acontecimientos. En los menos de dos meses de presidencia legal que le quedan, Biden pretende ayudar todo lo posible a Ucrania para que mantenga una posición de fortaleza en el frente, loable empeño, pero me temo que condenado a la melancolía. Rusia avanza despacio pero firme en el frente terrestre y, aunque pueda sufrir daños en instalaciones del interior del país por impacto de los misiles occidentales, sabe que serán limitados en cantidad y, sobre todo, en el tiempo, porque confía plenamente en que, a partir del 20 de enero, las cosas cambien radicalmente. Esa cantinela que ha repetido Trump una y otra vez de que él acabará con la guerra en veinticuatro horas sólo se puede traducir en que cortará todo el apoyo que actualmente EEUU presta al ejército ucraniano. Sin el material de guerra norteamericano es imposible que Kiev mantenga un esfuerzo bélico significativo en el frente, y la consecuencia de ese estrangulamiento de munición y armas sería que Zelensky solicitase un alto el fuego. Sabedor de ello, Biden busca que la posición de Kiev no se debilite en estos dos meses y que eso le de alguna baza en futuras negociaciones. Visto desde el lado del tirano del kremlin, a quien sus propias pérdidas no le importan en exceso, la situación pinta bien. En estas ocho semanas que restan antes de la jura de Trump puede mantener los frentes, incluso avanzar en ellos, pero a sabiendas de que en breve el impulso militar del país atacado se debilitará. A partir de ahí, ¿cuáles son sus preferencias? Rusia puede vender un armisticio que permita parar la guerra, porque como atacante es el único que, este sí, puede hacer que la pesadilla termine en un instante. Pero la pregunta obvia es cuáles son los alicientes que tiene Rusia pare detener su ofensiva una vez que el oponente ha sido abandonado por su principal socio. Puede plantear Trump un escenario de negociación entre ambas partes, totalmente sesgado, en el que Ucrania deba ceder bastante o mucho, y Rusia darse por satisfecha o exigir más y más, a sabiendas de que la invasión se puede consolidar y expandir en medio del derrumbe de la nación atacada. En este juego la UE apenas pinta nada, y es que nosotros apoyamos financieramente a Kiev, sí, pero las guerras se ganan con dinero y, ay, armamento, y si EEUU no da lo segundo, de poco sirve lo primero.

El pesimismo crece entre las cancillerías europeas, y las declaraciones de este fin de semana de Merkel, promocionando sus memorias, en las que aboga por un acuerdo con Rusia, no son sino una preparación para la rendición de la UE ante el enemigo del este. El 23 de febrero, un mes después de la llegada de Trump al poder, son las elecciones en Alemania. Es probable que, para entonces, Donal ya haya dejado clara su postura en la guerra y los acontecimientos hayan evolucionado notablemente. El panorama, para los ucranianos, pinta desolador, y no tengo nada claro cuál va a ser el futuro de esa nación y de qué parte de su territorio pueda considerarse seguro.

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