Estas noches está haciendo bastante frío en Madrid. No hemos llegado a la helada, pero sí baja hasta los tres grados. Llegas a casa en la oscuridad con el frío empezando a desplomarse y sales por la mañana en medio de la misma negrura con el frío golpeándote en la cara al dejar el portal de casa. Las noches más largas del año son estas, ya de camino al solsticio, se hacen infinitas y, con el frío, insoportables. En mi casa, con calefacción central que abastece a todo el bloque, de unos ciento cincuenta pisos, el calor es intenso, se está muy bien, y tiene uno la sensación, cuando entra en ella, de que la realidad queda lejos, que ese frío nocturno está derrotado.
Es una sensación falsa. Si ahora el gas se cortara por lo que sea o la caldera común volase no pasarían muchos días hasta que el interior de los pisos se pusiera a una temperatura insoportable. Los días de sol las paredes que lo recibieran se caldearían algo, pero sería un mero alivio, una tregua, porque el día es corto y el sol, aunque ilumina, carece de fuerza. Sólo pensar lo que debe ser vivir sin calefacción en un invierno me pone de los nervios. No somos conscientes del privilegio que supone tener un refugio en el que hace calor en medio de la época más oscura y fría del año. Lo damos por sentado, pero no tiene nada de automático, nada de nada. Por eso, cada vez que leo noticias en las que un nuevo ataque ruso dirigido contra la infraestructura energética de Ucrania ha dejado a no se cuantos cientos de miles, o millones, sin suministro eléctrico, me estremezco. Me imagino esas noches que antes les comentaba, pero con el agravante de que allí, al estar más al norte, la oscuridad es aún más prolongada, que los días son cortos hasta el extremo, y que las temperaturas alcanzan unos valores que no somos capaces de imaginar. En Kiev que en invierno las máximas no lleguen a cero y las mínimas se desplomen muchos grados por debajo de esa barrera es habitual, dejando nuestros inviernos convertidos en tibias primaveras. ¿Cómo se puede soportar aquello sin calefacción? Los que vivan en casas en el campo pueden tirar de chimeneas, de quemar cosas e ir tirando, pero los que viven en ciudades, en pisos, en instalaciones que dependen de un sistema de calefacción externo, alimentado de fuentes como el gas o la electricidad, ¿cómo conseguir el calor? No soy capaz. He salido friolero, vasco hasta la médula de origen, pero para nada chicarrón del norte, más bien un alfeñique. Por debajo de veinte grados empiezo a sentirme incómodo, y el invierno es una estación problemática, en la que combatir el frío es una necesidad primaria. Recuerdo, en el piso que tenía hasta hace un par de años, que dejé para vivir en el actual, que el sistema de calefacción era por acumuladores eléctricos nocturnos, que rendía bien, sin excesos de ningún tipo, pero que tardaba una noche en cargarse cuando se arrancaba. Era lo habitual que, cuando subía a Elorrio un fin de semana, lo dejara apagado, para no consumir, lo que suponía que cuando regresaba me esperaba una noche desagradable. La casa se había enfriado ligeramente tras dos o tres días sin sistema de calefacción, y claro, uno se metía en la cama con el pijama gordo, el edredón por encima de las mantas y todo el sistema de acumuladores arrancado, pero con la certeza de que esa noche sólo el ovillo que lograra hacer con mi cuerpo bajo la protección de mantas varias iba a ser la cobertura que me libraría del frío. Era un peaje incómodo, que pude evitar si hubiera hecho obra de reforma, pero indolente como soy para ciertas cosas, eludí, y nada hice para ahorrarme esas primeras noches frías a mi vuelta. No quiero pensar lo que debe ser un invierno sin calefacción, no puedo. No sobreviviría.
Kiev y el resto de ciudades ucranianas empiezan a estar más marcadas por las cicatrices de la presente guerra que por el resto de sus pasadas historias, y son miles las viviendas que ya no son habitables, que han perdido la capacidad de mantener el mínimo confort. A pesar de ello, muchos, carentes de alternativa, pasarán este nuevo invierno, probablemente el más cruel desde que empezó la guerra, en esos pisos con ventanas rotas, con tuberías reventadas, luz intermitente, aires que se cuelan de la calle que apuñalan por lo gélidos que son, y la sensación de que todo va a peor. Mientras nosotros en nuestras casas estamos calientes y vemos como las corruptelas gubernamentales nos rodean, en Kiev millones de personas pasan frío, un frío de verdad, un frío absoluto. Un frío asesino.
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