jueves, junio 12, 2025

Cuarenta años en la UE

Hoy se cumple el cuarenta aniversario del acto solemne, celebrado en el Palacio Real, en el que se firmó el tratado de adhesión de España a lo que entonces se denominaba la Comunidad Económica Europea, la CEE, o las comunidades europeas, que también se decía. Bajo el gobierno de Felipe González, con Fernando Morán como ministro de asuntos exteriores y Manuel Marín, añorado, como responsable principal de lo que había sido la interminable negociación, se rubricaron los documentos oficiales por parte de nuestro gobierno y representantes de lo que era la Comisión Europea, el garante de los tratados y ejecutor de las políticas. La entrada oficial tuvo lugar el 1 de enero de 1986.

Se puede decir que estas cuatro décadas, con sus sombras, que las han tenido, han sido las más prósperas, estables, seguras y transformadoras de la historia de nuestro país desde que hay registros. La España de hoy se parece bien poco a la de entonces, aunque mantenga atavismos y vicios inherentes a nuestra condición, y el nivel de vida del que disfrutamos no sería ni soñado por aquellos que en los ochenta vivían de las rentas de su trabajo. Tras haber logrado, como sociedad, el mayor de los éxitos posibles de nuestra historia, en ese periodo que se llama la transición, España logró llevar a cabo el mejor de los proyectos colectivos en los que se ha embarcado en su historia con otras naciones, que es este empeño extraño de construir una unión entre naciones que han llevado enfrentadas desde hace milenios. Europa era para los españoles una aspiración, un sueño, un imposible. Atrasados en lo económico y lo social, sometidos a un encierro de décadas por parte de la dictadura, Europa era vista como la panacea en la que todo sería posible, tanto en lo político como en cualquier otro aspecto. En Europa eran libres, ricos y modernos. Y nosotros éramos una dictadura pobre y atrasada. Por eso la firma de hace cuarenta años, tras el trabajo previo de demolición de la dictadura y la construcción de un régimen de libertades, se vio como un momento trascendental. Ozores, el cineasta, al que ya me referí la semana pasada al hablar de la lugarteniente del presunto corrupto Cerdán, decía al terminar sus intervenciones en el 1, 2, 3, con pose solemne “y por fin, seremos europeos” como el sueño que tenía un país que había estado ajeno a todo lo que sucedía en el continente durante el convulso siglo XX. Entrar en la CEE, ahora UE, ha supuesto un esfuerzo enorme para el conjunto del país, ha provocado la creación de nuevos sectores económicos y la destrucción de otros, ha transformado las expectativas de los que ya han nacido en un espacio carente de fronteras, donde es tan común ir a Ámsterdam como a la provincia limítrofe, y ha ensanchado el campo de las ides y la mentalidad de una buena parte de la sociedad. ¿Ha resuelto todos los problemas? Claro que no, porque Europa no es una utopía, sino un intento de cooperar para arreglar problemas comunes en beneficio de todos, y quien piense que la solución a todos los males humanos está ahí será pasto de la amargura permanente. No, Europa como aspiración es un camino hacia la integración de naciones, culturas, economías e intereses que, en muchos aspectos son divergentes, incluso opuestos, pero que se ven en la necesidad de coordinarse para ganar más y, ya de paso, sobrevivir en un mundo cambiante. En estas décadas nosotros hemos prosperado, la UE en su conjunto lo ha hecho, pero el resto del mundo no se ha quedado quieto, ni mucho menos. Se produjo el derrumbe del muro de Berlín, la caída de la dictadura soviética y las décadas de esplendor democrático y liberal, y ahora, desde hace algunos años, volvemos a una senda sombría en la que antiguos enemigos que parecían haberse disuelto nos atacan y socios que se suponía que lo iban a ser a perpetuidad empiezan a ser vistos como amenazas imprevistas. El marco global no tiene nada que ver con el que era hace cuatro décadas, y el poder de las naciones europeas en el mundo ha menguado de una manera espectacular. Eso, aunque no lo parezca, nos obliga a empeñarnos en el sueño europeo, porque también es de las pocas tablas de salvación que nos quedan como continente.

Si uno pone la mano en su cartera, o paga en tarjeta y ve el recibo, comprobará que la moneda con la que paga se llama euro, y que funciona en la mayoría de las naciones de la UE. Ese experimento de la unión monetaria es uno de los más trascendentales que se han hecho en estas décadas, y para un país pusilánime en lo monetario y abusón de devaluaciones y otras prácticas cutres como lo ha sido el nuestro, ha significado un cambio absoluto. Bendito el día en el que el gobernante español dejó de tener acceso a la financiación monetaria. Celebremos este aniversario y sigamos, pese a todo, construyendo Europa. Creo que seguimos sin ser conscientes del valor de lo logrado y del peligro que supone estar fuera de este proyecto.

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