Una de las muchas derivadas que surgen tras el divorcio abrupto entre Musk y Trump, y no es precisamente la menor, es qué va a pasar con la NASA, la agencia espacial norteamericana, una de las marcas de EEUU más reconocidas en el mundo y, también, de las más inspiradoras. La NASA tiene mucho de ese poder blando del que hablaba el recientemente fallecido Joseph Nye y su capacidad de influencia es global. Para Musk, enamorado de los cohetes y creador de SpaceX, la NASA era tanto un sueño como un competidor y socio, en función de sus variables intereses. Ahora la agencia queda en un peligroso limbo.
Dentro de la propuesta de gasto presentada al Congreso, que ha sido el detonante del divorcio, se incluían numerosos recortes en todas las agencias federales, y la NASA era de las más perjudicadas, con un tijeretazo del entorno del 20% de su asignación. Ya se habían publicado algunos artículos sobre el efecto de esta reducción en las misiones previstas, intuyéndose cuáles serían canceladas y cuáles no. Las propias perspectivas de la vuelta a la Luna de la agencia quedaban en entredicho y todo el proyecto del SLS, que arrastra costes muchos mayores de los previstos y críticas desde hace tiempo, corría el riesgo de acabar siendo suprimido en su totalidad. El gobierno federal designa al responsable de la agencia, y Trump propuso el nombre de Jared Isaacman, empresario afín a Musk, que hubiera sido ratificado sin problema en la cámara. Issacman ya había hecho algunas declaraciones de compromiso sobre la necesidad de reforzar el programa espacial norteamericano y el hecho de que la NASA debía ser una de las referencias del país, pero eso lo dijo antes de conocerse el recorte financiero. A ver quién es el gracioso que se presenta a dirigir una entidad con una cuarta parte menos de presupuesto y con la misión de cancelar misiones. Tras la bronca, Trump ha retirado el nombre de Isaacman de la mesa de los congresistas, y ahora mismo no hay una persona candidata que se sepa para el puesto. La relación de Musk con la NASA es muy intensa, aunque sea sólo por el hecho, trascendental, de que su nave Dragon, con sus cohetes de SpaceX, sea la única que permite a los astronautas llegar a la estación espacial y a misiones en órbita. Lo cierto es que SpaceX le ha ido comiendo terreno a la agencia en todo lo que hace al mercado de satélites y a otras misiones con un cierto carácter comercial. Se especulaba con que, al estar Musk al mando de áreas del gobierno, pudiéramos llegar a un punto en el que su empresa y la agencia actuaran de una manera unificada, siendo Elon el auténtico rector de todo el sistema espacial norteamericano. Eso, sin duda, generaba profundos recelos en todo el sistema investigador y tecnológico norteamericano, que veía a Musk como un innovador en ciertos aspectos (sus cohetes reutilizables son una joya) y un pirado en muchos otros, con su obsesión de llegar a Marte sin disponer de la tecnología necesaria que sea capaz de solventar los muchísimos y graves problemas que ese viaje significa. Ahora mismo esa situación de simbiosis ya no es posible, y la NASA puede ser utilizada por Trump como ariete frente a SpaceX, lo que sin duda supondrá una pérdida para ambas entidades. En el disparatado cruce de tuits que los dos se dispararon el jueves Musk amenazó con desmantelar la Dragon, la nave imprescindible que antes les comentaba, y eso son palabras muy serias. Lo cierto es que ahora mismo nadie sabe qué es lo que va a pasar ni con el programa espacial norteamericano, ni con los contratos que se mantienen entre el gobierno federal y SpaceX ni, desde luego, la colaboración de ambas entidades con otros organismos internacionales, necesaria para el desarrollo de proyectos como la Estación Espacia, la tantas veces planeada Estación Gateway en torno a la Luna o decenas de misiones de exploración espacial, con carácter científico y visionario. Lo único seguro es el recorte de presupuesto para la NASA y que viene tiempos muy complicados para las personas que allí trabajan, de mano de Trump y de sus paranoias.
Mientras eso pasa en EEUU, China mantiene el rumbo de su programa espacial sin descanso, y día tras día sus misiones aumentan en complejidad. La idea de que una persona de nacionalidad china llegue a la Luna con el plazo límite de 2030 se mantiene en el ideario del gobierno de Beijing, y contemplar desde allí el aparente desmadre que se está organizando en la que sigue siendo la primera potencia espacial mundial resulta, sin duda, un espectáculo gratificante que es celebrado con arroz, soja, te y cosas de esas que se tomen por allí. Conquistar el espacio es, también, conquistar los corazones de millones de personas en todo el mundo. Hasta ahora nadie como la NASA lo había logrado. Hasta ahora.
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