Ayer Televisión Española emitió por la 1 la película del pianista, emisión que seguramente cosechará buenas audiencias en su tramo final, pero que al principio sería seguido por muy poca gente, entre ellos yo, dado que toda la atención se centraba en el partido de baloncesto que perdió (qué pena) España. Aproveché los intermedios para ver el encuentro, pero seguí la película, porque es una de las que más me han emocionado estos últimos años, y a parte de recomendar su visionado a todo el mundo, es de esa que los colegios debieran hacer ver a sus alumnos, no se si en el tiempo de educación a al ciudadanía, pero educativa desde luego sí que es.
Hay muchas escenas de relumbrón que no voy a empezar a describir aquí de manera pormenorizada, pero en todas ellas Adrian Brody, actor al que yo no conocía hasta entonces, borda su papel del pianista Wlasdislaw Szpilman, adelgazando, destruyéndose a cada encuadre, representando fielmente al degeneración física de un cuerpo sometido a torturas inimaginables. Es imborrable el recuerdo, ya cercano al final, cuando el hombre toca el piano a petición de un sargento alemán, y los dedos y al nariz son prácticamente transparentes. Se diría que es su oda final, su despedida. Pero no, es su salvación. En el final se recoge uno de los pocos momentos humorísticos, cuando Brody, desvalido en una Varsovia destruida por completo, es confundido con un soldado alemán, debido al abrigo que le han dejado, y los rusos, que acaban de tomar la ciudad, empiezan a dispararle. Finalmente los rusos se dan cuenta de su error, y Szpilman es recibido como un héroe, reconocido y recuperado para la causa comunistas, que no contenta con la destrucción nazi causada en Polonia, se dedicó durante otro montón de años a aplastar y explotar al pobre y desdichado pueblo polaco, que en la película ya es mostrado como carne de cañón, y cuna de resistentes héroes. Quizá en este aspecto el régimen nazi sólo fue el prólogo de lo que le esperaba a Europa del Este durante el crudo siglo XX, pero la película ya no trata de eso. Describe el hundimiento de la sociedad ante la barbarie invasora, en un escenario occidental, europeo, en el que las muertes se enmarcan entre preludios de Chopin y sonatas para Violonchelo de Bach.
Sería muy interesante realizar una triple doble sesión doble de películas de la Segunda Guerra Mundial. Por una parte “El Pianista” y “La lista de Schlinder” podrían formar un díptico sobre el genocidio, mostrando la primera como se vivía en la ciudad, en los guetos, antes de los campos, y la segunda relatando la crudeza y desolación del exterminio en su grado más crudo. Seguidamente, la proyección de “Salvar al soldado Ryan” y “El Hundimiento” mostraría la reconquista de Europa y la caída en el abismo del régimen nazi. Y ya, para nota, degusten las dos películas (o joyas engarzadas) de Clint Eatswood sobre Iwo Jima, y puede que así obtengamos una visión real y descarnada de lo más atroz sucedido en el pasado siglo, y quizás en toda la historia.
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