Viernes noche, Glorieta de Bilbao. Una chica, preciosa, de poco más de veinte años, alta, con un vestido de noche, espera ansiosa en la boca del metro, móvil en mano, supongo yo que a su novio. Pasan los minutos, salen riadas de gente de la acera y la chica sigue esperando. Asombrado me quedo yo de que se le haga esperar a una belleza tal, pero ella se pone nerviosa, y empieza a mordisquear una esquina de su móvil, y a pasear compulsivamente junto a los escaparates de la plaza. Al cabo de otro cuarto de hora un grupo de chicas sale del metro y le llama, y se juntan todas, y la cara de angustia desaparece, pero no así el móvil de su mano, sobado y casi revenido de tanto ser tocado.
Viernes noche, calle Preciados. Un grupo de gente se arremolina en torno a un artista callejero que no es una estatua, motivo por el que ya me siento atraído. Allí, en el suelo, en medio de un montón de botes de spray que simulan un pequeño Manhattan, un dibujante trata de demostrar que el graffiti puede ser un arte. Ha puesto sobre una cartulina blanca un triángulo en la base y un bote en la parte alta del lienzo, y no deja de pasar botes con colores chillones y oscuros sobre la hoja. Poco a poco la pintura se apelmaza, y empieza a adquirir el tono de un cielo oscuro, nocturno, en el que el autor empieza a sembrar estrellas, cometas y astros rutilantes. En un momento dado, levanta el triángulo y el bote, y ante nosotros se muestra una luna enorme, plateada, y una pirámide egipcia amarillenta, recreando todo una escena más propia de la película de “Stargate” que un cuadro realista. El resultado del dibujo es realmente precioso, y todos nos ponemos a aplaudir sin duda alguna. El hombre saluda desde el suelo, lleno de polvo de pintura, y sui propio buzo, blanco en un principio semeja ser un mero cuadro abstracto, un remedo de lo que su mente quería plasmar en el lienzo. Poco a poco el corro se disipa, alguno se anima y compra algunos de los cuadros expuestos y el artista vuelve e empezar su labor, ante un nuevo público, ansioso por descubrir que es lo que sucede esta vez en al calle, que es lo que llama la atención.
Sábado noche. Plaza del Carmen. En una terraza concurrida, un músico callejero empieza a tocar su acordeón para así ganarse unos pocos euros. En esto que una pareja de veteranos se anima, y sale a bailar un especie de tango que se escapa de los fuelles y dedos del intérprete bohemio. La pareja toma una esquina de la plaza, y la convierte en su salón de baile, y la gente que se refresca en sus mesas no deja de mirarles y aplaudirles una vez que las notas se terminan. El hombre saluda a la concurrencia y da dinero al intérprete, y la pareja vuelve a su sitio.
Escenas de verano en cálido Madrid nocturno que se resiste a recibir al otoño.
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