Hoy es uno de los días simbólicos del año, pero es que mañana aún lo es más. 1 de Septiembre.... Septiembre, sólo ese nombre nos daba pánico a los niños cuando llegaba. Significaba el final de las vacaciones, el final del verano y del tiempo de ocio, y para recordártelo , y que no tuvieras dudas, allí estaba esa horrible campaña de “la vuelta al cole” del Corte Inglés, golpeando donde más dolía. Anuncios de niños sonrientes, ansiosos de estrenar mochilas, cuadernos, jerséis y otras prendas inverosímiles, y decenas de trastos inútiles que jamás llegabas a ver en las aulas.
Poco han cambiado las cosas. Los niños del cuento, que son los de este año, ya han sustituido a la tropa de Cámara Café y sus rebajas alucinantes. Hemos salido perdiendo con la marcha de Carolina Cerezuela y Cañizares, y la llegada de unos pérfidos diablos que miran las carteras y tarjetas de crédito de sus padres con una cara de sadismo infinito. Pero no solo en esos infantes derrochadores se nota el final del verano, no. De unos años a esta parte se ha considerado a Septiembre, junto con el tradicional Enero, como el mes del replanteo de la vida, en el que hay que empezar a hacer nuevas cosas, labores y tareas. Una oportunidad para arrancar de nuevo, quizás animados por el inicio del curso escolar y el deseo de retornar a nuestra infancia de escolares (sí, y alguien seguro que se lo cree). Por este motivo proliferan en la tele los anuncios de una de las especies de productos más extrañas e inverosímiles. Los coleccionables. Libros de meditación trascendente (habitualmente intrascendentes), enciclopedias, cursos de idiomas, figuritas de caballeros medievales, muñecas de Mariquita Pérez, maquetas de coches y de aviones, montaje de barcos, los cuentos de Calleja en formato winzip, los inefables sellos y minerales, y otra serie de cachivaches que si no fuera por el formato de acumulación en serie nadie se atrevería anunciar, so pena de que todo el mundo se riera de él. La única consecuencia práctica de esta fiebre de colección es que los quioscos se transforman en gigantescos bazares, llenos de cartones enormes con letras rojas gruesas que se desbordan por las aceras como vómitos de papel, y que a veces hacen necesario el uso de conos y señales luminosas de advertencia “Atención, calle bloqueada por quiosco en septiembre. Disculpen las molestias.”
Porque veamos, amado público, ¿alguien conoce a uno que acabó una colección? Sí, muchos las empiezan, pero pasar de la tercera entrega supone un logro inaudito. Y es más, supongamos que consigues tener los sesenta caballeros medievales en tu casa, dejándote bastante pasta en el asunto. ¿Qué haces con ellos? Tienes que quitarles el polvo, limpiarles, ordenarlos de vez en cuando, jugar a algo simulando batallas para que no se aburran.... Y si alguien llega a tu casa a ver como le explicas esa abundancia de caballerizas en el salón y las estanterías del baño. “No, es que un día fui al quiosco y fue como San Pablo pero al revés. Ya no pude dejar de subirme al caballo”.
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