Este fin de semana no ha llovido mucho, pero si ha soplado el viento con ganas en Madrid. Estaba el Sábado a eso de las 18:00 en el parque de las tetas, Vallecas, disfrutando de la vista de Madrid, con unas nubes de tormenta al fondo que imponían respeto, y a la derecha de mi viítas se elevaban los cuatro nuevos rascacielos del CTBA, y tras ellos otra nube negra. Me dije que sería bonito ver las torres con la nube de cerca y, dicho y hecho, cogí los bártulos y me fui hasta al estación de tren de Chamartín, cuya nueva salida de metro da casi en frente a los colosos.
Y al salir de la boca de metro, sita bajo los soportales que cubren al estación de tren y sobre los que se alza el hotel Chamartín, veo a un grupo de cinco personas que, apoyadas sobre al barandilla que separa la boca de metro del parking que se está construyendo al lado, miran el cielo muy interesados, pero no hacia las torres del CTBA, sino hacia el hotel Chamartín, casi encima de nuestras cabezas. Me asomo y, sorprendido, veo como gran parte de la cubierta circular del hotel cuelga de la paredes, y continuamente se desprenden pedazos del aislante espumoso que hace de relleno en la bóveda. Según me cuenta uno de los presentes, el viento la ha arrancado hace poco más de diez minutos, y allí nos quedamos los seis mirando como se bambolea aquel montón de chatarra. Me parecía bastante grande, desde luego más de cien metros cuadrados, y se movía como si fueran ramas de un árbol ante la brisa, o vendaval, que se levantaba de vez en cuando. La policía que estaba allí, y los bomberos que empezaban a llegar miraban, junto a nosotros, el tendido, empezando a acotar al zona e impidiendo a la gente que accediera al aparcamiento. En esto que se levantó una racha fuerte y, con un ruido de rasgado muy pronunciado, una sección de unos 30 metros cuadrados sale volando del tejado. La vemos, entre asombrados e impotentes, como cae planeando y, tras describir dos o tres círculos, se desploma sobre el aparcamiento, a unos 15 o 20 metros de nosotros, haciendo un ruido enorme y, milagrosamente, sin pillar ningún coche. Todos nosotros y los dos policías que nos acompañaban corremos a meternos nuevamente bajo los portales, y empieza a cundir algo de nerviosismo. La policía empieza a sopesar el cortar la boca de metro, pese a estar a refugio, y el aire se llena de espumillones bastante sucios y desagradables.
Finalmente la policía no nos deja salir de la zona cubierta, y es desde allí donde vemos caer otro pedazo, aún más grande que el anterior, que nuevamente no pilla a ningún coche, pero que casi alcana a uno de los puentes que sirven a los vehículos para salir de la estación. Poco a poco me alejo de allí, y estuve más de media hora en Agustín de Foxa 27 – 29 – 30, viendo a distancia como aún varias decenas de metros cuadrados de cubierta oscilaban, batían y golpeaban la fachada y las ventanas del hotel. Todo un espectáculo, afortunadamente sin bajas personales ni materiales (en el suelo) y una casualidad el que estuviera allí para verlo.
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