Mi planta es un desierto. En esta, que quizás sea la semana más tonta del año, no hay prácticamente nadie en los pasillos de mi oficina, y muy poca gente en todo el complejo. De hecho hasta la cafetería parece un lugar de bohemios encuentros, vacía, silenciosa, alejada del bullicio tradicional. Este 15 de agosto festivo en mitad de la semana ha dividido al país en dos, los que se cogen el puente la primera parte y los que, como yo, se cogen la segunda. Bueno, se me olvidaban los que van a estar toda la semana de vacaciones, y los pocos que la trabajaran completa.
Agosto es un mes raro. En Madrid se nota el vacío, aunque cada vez menos, pero donde yo lo aprecio en su totalidad es en Elorrio. La gente se ríe cuando digo que la piscina municipal (sólo cubierta) cierra en Agosto, pero es lógico, porque de ser un pueblo pequeño pasa a convertirse en una aldea de guardia. Parece que cuando llegas hay un cartel avisándote “Pueblo cerrado pro vacaciones. ¿Seguro que no se ha equivocado de carretera?” Queda abierta una farmacia, un estanco, casi una sola tienda para cada cosa, y por la mañana, porque por la tarde el vacío es desolador. Eso sí, puedes respirar una paz que es imposible apreciarla el resto del año, porque también paran las fábricas, echan el candado todo el mes, y los hornos, prensas y fundiciones se quedan fríos y a oscuras. Saliendo al balcón de mi casa, que da a un paisaje algo bucólico y sin duda espectacular, las cercanas fábricas, siempre chirriantes y vomitando humo, se muestran mudas, permitiendo así disfrutar plenamente del sonido del entorno, apenas enturbiado por coches sueltos que pasan por donde nadie lo hace. Quizás el resultado sea demasiado triste, pero afortunadamente tampoco es eterno. Para la última semana del mes al gente empieza a retornar, y este año intuyo que antes, porque el amigo Euribor cada vez se come más de las caras vacaciones. Empiezan a arrancar las máquinas y el barrio vuelve a “disfrutar” del run run habitual, aderezado en septiembre por esas temporadas de viento sur que contribuyen a que el polvo y al ceniza se aproximen a las casas más de lo deseable. De todas maneras hace años había mucha más contaminación, también porque había más fábricas, que el tiempo, la tecnología y la competencia son crueles, y acaban generando ruinas donde antes se levantaban orgullosos pabellones y chimeneas.
En Madrid el vacío es más relativo. Siempre hay periódicos y televisiones que muestran enormes calles desiertas, pero creo que ya no es lo que era. El personal ha descubierto los encantos de un agosto urbano, de un turismo de interior y del disfrute pausado de unas calles habitualmente insoportables. De hecho, ayer acompañé a una buena amiga y a su precioso hijo a, entre otras cosas, comprar unas cosas en el Zara Home de Ayala, barrio de Salamanca, y la tienda estaba atestada, para nada se notaba ese mítico Agosto. En fin, disfrutarlo mucho, ser felices y hasta el Lunes 20.
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