Una vez visto el mecanismo que ha generado la crisis bursátil, queda por saber la gran pregunta. En que me afecta todo esto a mi, a cada uno de nosotros. A los que se hayan quedado pillados en Agosto y hayan vendido en pérdidas ya els ha sentado mal, directamente, pero a medio y largo plazo el número de perjudicados crecerá. Al cuestión es saber si estamos ante una bajada del mercado provocada por una gran tormenta de verano o si el ruido de fondo no es sino otra señal del declive económico y financiero, largamente anunciado tras años de crecimiento.
Una de las consecuencias que yo me suponía de tanto vaivén era el freno del Euribor, sobre todo tras la bajada sorpresa del tipo de interés interbancario en los EE.UU. de este pasado Viernes 17. Sin embargo, el Banco Central Europeo insiste en que tiene intenciones de subirnos el bicho en Septiembre, lo cual sólo contribuirá a frenar aún más el mercado inmobiliario (y a aumentar la cuota de mi hipoteca, maldición!!!!!). Los portales están llenos de carteles, algunos ya deteriorados, aunque en esto también influye el continuo viento de este verano descafeinado. En España no se han llegado a ofertar hipotecas tan cutres como las “subprime” americanas, pero si se han hecho tonterías. Ahora no, pero hace algo más de un año era posible conseguir préstamos por el 100% del valor de tasación, a veces sin avales, y las hipotecas a 50 años, una burrada inventada por al BBK, se han extendido. Como alargar el plazo disminuye la cuota, muchos se lanzaron a por pisos más caros de lo que podían, logrando así cuotas estables pero a muchísimos años más. Estos serían de los primeros en caer si el tipo de interés no cede. También han surgido sombras sobre los mismos tasadores, muchas veces meros apéndices de los bancos, cuyas estimaciones del valor del bien pueden tener un cierto incentivo a inflarse, para asó otorgar mayor volumen de crédito y cobrar más. Un desplome inmobiliario, pese a lo que algunos puedan pensar, no significaría sólo que los pisos valieran menos y fueran más accesibles, que quizás sí. Supondría, sobre todo, la ruina de la mayor parte de las economías familiares y la destrucción de un enorme sector del tejido productivo nacional. Impagos, morosos y deudores crecerían por todas partes y tarde o temprano el sistema financiero se vería arrastrado a un precipicio de difícil salida. Todo eso ya pasó en Japón en 1990, y llevan una quincena de años moribundos, tratando de salir del enorme pozo sin fondo en el que cayeron.
Por de pronto se pueden extraer dos conclusiones obvias, pero con mucha enjundia, de todo esto. Lo primero es que la incertidumbre ha aumentado mucho, y eso es malo. Planes de negocio, decisiones, compras futuras, etc pueden verse aletargadas o canceladas ante los miedos y temores surgidos, y las expectativas son sagradas en economía, para lo bueno y lo malo. La otra lección es que el modelo de crecimiento, sobre todo el español, debe variar de rumbo, abandonar el motor del ladrillo y subirse al carro de la tecnología y la innovación si quiere sobrevivir en el futuro. Eso es bueno, pero quizás sea lo más difícil de llevar a cabo.
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