Dean, la primera tormenta tropical fuerte de esta temporada asoma sus garras sobre la península de Yucatán, tras pasar por República Dominicana y Jamaica. Allí ha dejado ago de destrucción y una decena de muertos, pero el miedo crece cuando, llegando casi a categoría 5 de huracán, están en su punto de mira los complejos turísticos de Cancún y la Riviera Maya. En los que, entre otros, se encuentran siete mil españoles disfrutando de sus vacaciones. ¿Son muchos siete mil españoles en Cancún? Cuando lo oí no me pareció una cifra nada baja.
La verdad es que Dean debe sentirse muy presionado. Ha llegado, con su máxima fuerza, justo en la cuarta semana de agosto, cuando las televisiones y la prensa están ávidos de noticias pero ligeramente secos de contenidos. Por ello el anuncio de catástrofe inminente y tan bien programada que supone un huracán, en contraposición a desastres más reales pero no previsibles como los terremotos (díganselo a los peruanos) ha hecho que todos los medios abran sus informativos con imágenes de espirales azotando el caribe, gráficos de trayectoria y recuento prematuro de daños y víctimas. Como las consecuencias del huracán sean pequeñas (y esperemos que así sea) el pobre Dean va a quedar en muy mal lugar. Ya me imagino debates a lo largo de las siguientes semanas, en los que sagaces contertulios aducirán que el calentamiento global tiene estas cosas, y que genera enormes huracanes pero que también los amortigua, con declaraciones en exclusiva de una periodista afirmado que Dean fue visto la noche antes de impactar contra Cancún en compañía de un frente ocluido de muy mala reputación, que según las malas lenguas ya había ocasionado la pérdida de fuerza de otra tormenta tropical anteriormente, y claro, de tanta golfería Dean no se repuso, y ha resultado ser muy flojo. Poco tardará en llamar al programa, a través del teléfono de aludidos, el abogado, representantes y miembros de la plataforma de defensa del los frentes ocluidos, acusando al programa de difamar, y de sembrar rumores insidiosos sobre la salud y el comportamiento del pobre y honrado Dean, que se ilusionó al ver un manchón de agua caliente, en el fondo era muy humano, pero que luego se le pasó el calentón.
En fin, Dean, no te envidio, aunque si me gustaría verte en plenitud. En vez de coger un avión y escapara de Cancún, yo me iría allí para, desde la última planta de uno de esos hoteles, que no van a resultar destrozados por el huracán, presenciar uno de los más colosales e impresionantes espectáculos naturales que un hombre jamás pueda imaginar. Y recordemos que en 2005 pasó por allí Wilma, más potente que este Dean, y no tiró los edificios, aunque sí arrasó los complejos. Esta vez no será peor, pero te pido un favor, Dean: coge fuerza, tras el garbeo por el golfo cruza el Atlántico y ven aquí para llevarte algunas de las porquerías que nos rodean.
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