Este pasado fin de semana, de tórrido calor y bellas tormentas, como mandan los cánones de Agosto, fui al cine a ver la última película de Pixar, Ratatouille (se pronuncia Ratatui, como indica el logotipo). Tenía esperanzas muy elevadas, porque las últimas obras de Pixar me han parecido genialidades, llenas de humor, frescura e inteligencia, y esta historia de ratita sabia y de cocineros atrevidos y conspiradores no le va a la zaga. De hecho ya la puedo incluir junto a Los Increíbles y Cars en el Panteón de la animación de estos monstruos californianos, encabezados por un genio llamado Brad Bird al que se le debiera rendir pleitesía perpetua.
La Película es buena en todos los aspectos. No soy un experto en técnica de imagen, por lo que quizás no pueda captar los detalles que verían ojos más afinados, pero hay escenas, como algunas de la persecución por París, o cuando la ratita mira al cielo parisino desde el empedrado, frente a la puerta trasera del restaurante, que yo no estaba en condiciones de diferenciar si eran imágenes reales o dibujadas. En la misma cocina, el contraste de colores entre los alimentos, las texturas casi palpables, o en la casa de la viejecita del principio, con su cocina desvencijada, las grietas del techo y sus estanterías... Soberbio, una brillantez de imagen que ya pudimos disfrutar en Cars, donde los reflejos de los bólidos en la pista eran de 10. Bien, esto es posible hacerlo con gente cualificada y mucho dinero en ordenadores, que los de Pixar lo tienen, pero lo que da un aire especial a estas películas, lo que a mi modo de ver las hace diferentes, es su profundidad intelectual. Sí, ahora saltará alguno diciendo que son dibujos, y que son para niños. Pues sí y no. En el caso de Los Increíbles aquellos personajes tenían una profundidad, unos sentimientos y unas personalidades más fuertes y marcadas que la mayor parte de los actores de hoy en día (dentro y fuera de la pantalla). En Cars los coches sentían, padecían y te provocaban risas y congojas. Yo lloré en Cars, y mucha gente se ríe cuando lo digo, pero la relación de amor que allí se plasmaba era real. Y algo parecido pasa aquí, con unos personajes cincelados a conciencia mediante unas expresiones reales y un soberbio guión (sí, guión, a ver si alguien recuerda que era eso en las series y películas españolas, y de otros sitios). El personaje que más me gustó fue el de la cocinera, no sólo por lo bien que estaba dibujada, :-), sino por la lucha interior que lleva. Marginada en la cocina por ser mujer, en un paradójico mundo de hombres, dura y acorazada ante ese entorno hostil, pero con un pálpito de amor en su interior que no se atreve a mostrar... Un personaje de verdad.
Y es que en estas películas, en las tres mencionadas y en el resto de su carrera, Pixar cuela muchos mensajes, pero yo destacaría uno sobre todos los demás. La creencia en uno mismo. Las infinitas posibilidades que se esconden en nosotros si cada uno damos rienda suelta a la voluntad, si luchamos por lo que creemos, nos esforzamos y damos lo mejor de nosotros mismos por alcanzar nuestras metas. Esa superación personal, ese saber que nada está hecho ni regalado, sino que hay que sufrir para conseguirlo, ese esfuerzo como entrega a los demás, al final redunda en logros, amor y bondad. ¿Qué más se puede pedir? Lo dicho, dejar de leer esto e ir al cine (o al emule) más cercano y disfrutar con esa joya.
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