Agosto. 6:30 de la mañana. El despertador suena con fuerza y Fernando P. logra, con dificultades, apagarlo. Ha pasado una noche horrible. Una fuerte tormenta le despertó a eso de las 2:00 de la mañana y no le ha dejado dormir durante más de una hora. Además, algo de agua entró por las rendijas de la persiana del salón, pero eso sólo lo descubre cuando se acerca, aún con los ojos medio cerrados, a ver como está la sala tras el paso de la noche. Se da una ducha rápida para despejarse y, mientras se seca, pone la cafetera para tomar algo caliente y salir hacia el trabajo. Pero a las 6:45 se va la luz.
No, otra vez no, piensa Fernando P. La semana pasada estuve dos días a oscuras, y gasté todas las velas que encontré por casa y las tiendas de los alrededores. Aún recuerda la cena de antes de ayer en casa de su amiga Merche. Solos, en la terraza, disfrutando del anochecer y del soporífero estruendo de un contenedor sito junto al portal de la casa, que día y noche vomita humo de su chimenea, recordando lo débil que es la ciudad en la que vive, pese a lo que paga por ello. Sin desayunar, sale Fernando P. de casa paraguas en mano, y hace bien, porque aún llueve con fuerza. Charcos en la acera, alcantarillas saturadas llenas de hojas arrancadas por el vendaval que intenta no pisar, y poca gente corriendo por la calle hacia un refugio. Llega al metro que le conducirá a Sants, y de allí, en Cercanías, hasta el aeropuerto, donde le espera la oficina, llena de papeles y diseños de unos colectores, inmersos en las interminables obras de ampliación del aeropuerto. En Sants la aglomeración de gente en los andenes es brutal. “Bien, y ahora que pasa...” se pregunta Fernando P. a eso de las 7:25, con algo de cansancio ya instalado en el cuerpo. Por una megafonía inaudible creer escuchar que hay retrasos por la lluvia, pero no se lo acaba de creer. Lleva varias semanas oyendo excusas sobre el porqué del mal servicio de cercanías, pero nunca hasta hoy le habían achacado la demora a la lluvia. Será porque en Barcelona no hay tormentas de verano, piensa irónico y resignado, y se dirige a la ventanilla de información, donde una cola llena de iracundos usuarios recrimina e insulta a cualquiera que pase por allí. Desesperado, Fernando P. vuelve al andén, y decide esperar, esperar y esperar a ver si aparece algo al otro lado del túnel, pero el gentío crece, el ruido y el nerviosismo con él, y las escenas de cabreo se suceden por doquier. Entonces, sonriendo, Fernando P. recuerda la cara de satisfacción que puso cuando, al escoger los turnos de vacaciones de este año, el prefirió trabajar en Agosto, un mes mucho más tranquilo y relajado, en el que hay menos gente y todo está más libre.... Una gotera sobre su cabeza, llegada de un techo agrietado, húmedo y desvencijado le saca de su sopor y le devuelve a la cruda realidad.....
...... esto es una historia de ficción, pero durante los últimos meses la vida de muchos habitantes de la ciudad de Barcelona y alrededores ha empezado casi todos los días como la de Fernando P., sólo que luego a lo largo de la jornada ha ido empeorando aún más. Y religiosamente todos pagan (y pagamos) los impuestos a unos gobiernos locales, autonómicos y nacionales que demuestran día a día su incapacidad, torpeza y negligencia, reclamando paciencia para así ocultar la ineptitud de su vergonzosa gestión.
¿Qué tiene que pasar para Magdalena Álvarez, Ministra de Fomento, dimita de una maldita vez?
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