En el artículo de ayer dije una cosa que no es exacta del todo. Afirmé que todas las dictaduras son iguales, más o menos intensas, pero que poseen un comportamiento similar. Sin embargo hay una excepción, también en Asia (cada vez más noticias vienen de Asia, el mundo se gira…) y se trata de Corea del Norte, la única dictadura comunista hereditaria del mundo que mantiene en un estado de control y encierro permanente a su pobre población. La fantasía de 1984 de George Orwell es plenamente cierta en ese país de pesadilla.
Pues bien, para conmemorar el 65 aniversario de la fundación del país por parte de Kim Il Sun, el padre de la dinastía que, pese a estar muerto, sigue siendo el líder del país, se han celebrado unos faustuosos desfiles militares y procesionales en los que medio país se ah dedicado a marchar firme por las avenidas de Pyongyang. Ha querido el régimen, y esto es una gran novedad, que algunos periodistas occidentales accedan al país, y una de las escogidas ah sido Almudena Ariza, la corresponsal de TVE en Asia Pacífico, una de las mejores periodistas que hay en televisión. Sus crónicas han mostrado el país que le han dejado ver, una exaltación de patriotismo por parte de militares y civiles de todas las edades, pero pese al férreo control al que ha sido sometida, Almudena ha tratado de mostrar la mísera realidad del país más aislado y cerrado del mundo. Poco ha podido hacer, porque en control y detención el régimen de Corea del Norte es el mejor del mundo, pero ha mostrado imágenes de esas inmensas avenidas de la capital en las que sólo circulan los coches oficiales porque la población no los tiene (vayan a googleearth y véanlo, una capital sn tráfico) tiendas con escasos productos en las que no se pueden usar tarjetas de crédito porque están prohibidas, librerías en las que sólo pueden venderse los apenas mil títulos que la propaganda oficial atribuye a Kim Jon Il, hijo refundador y actual regente del país. El resto de libros no existen porque está prohibido. La población no dispone de pasaporte y al acceso al país de extranjeros está prohibido, por lo que salvo las relaciones que mantiene con China, Corea del Norte está desconectado del mundo. Las televisiones y radios que se venden en el país están presintonizados con la frecuencia del régimen y no poseen dial para captar otras emisoras. La comida está racionada y se sospecha de las hambrunas que se suceden sin freno en el pobre interior del país. La cuarta parte del presupuesto nacional se la lleva el ejército, e intuyo que el resto es para Kim Jon Il y su camarilla de aduladores, y todo ese gasto militar le confiere el quinto ejército del mundo y la posesión de misiles balísticos y armamento nuclear, algo irracional por completo. Las imágenes del desfile de la semana pasada, en las que miles de personas, idénticas en rostro, altura y complexión, coreografiaban sus pasos marciales con una exactitud tan mecánica como inhumana generaban tanto asombro y gracia como pura repulsión. Había algo de obsceno en esa parada militar, la viva imagen del lavado de cerebro, de paranoia colectiva, de sociedad humana destruida y convertida en un mero hormiguero al servicio de su reina. Era tan irreal como horroroso. Y eso es lo que nos han dejado ver en un montón de años.
Ahora se prepara en ese país la sucesión de kim Jon Il, el “amado líder” enfermo tras un ataque de apoplejía. Para continuar la saga el poder lo va a tomar uno de sus hijos, Kim Jon Un, un cuasi treintañero gordito, del que se sospecha que estudió en Suiza de incógnito, pero tampoco se sabe nada a ciencia cierta. La propaganda oficial le ha dado el título de “joven general” para ir preparando su ascenso al trono de esa locura colectiva. Nadie sabe lo que pasará cuando tome el poder, como se desconoce mucho de lo que ha sucedido en estos pasados años, y es que Almudena Ariza ha visto lo que nadie en el mundo, la pesadilla de Orwell, y ha podido volver para contarlo.
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