Visto con perspectiva era obvio que acabaría saliendo una película que se basara en el éxito de Facebook, esa red social a la que muchos pertenecemos (aunque yo no le pueda hacer demasiado caso) y que se ha convertido en los últimos años, junto a Twitter, en el fenómeno de la red. Así, hace unos meses empezaron a surgir anuncios en los cines de “La red social” y yo los veía con escepticismo. Seguro que es como “Tienes un email” pero usando el muro de Facebook en vez de Hotmail. Y así, algo descreído, fui al cine el Sábado. Más de dos horas después salí asombrado.
Y no sólo porque la película es muy buena, que lo es, sino porque me parece un relato lo más realista posible de una gran parte del mundo en el que vivimos y que ha forjado la forma de vida de todos los demás. La historia se centra en la personalidad de Mark Zuckerberg, programador y estudiante en Harvard, un joven tímido, retraído, superdotado y, qué paradoja, con escasas cualidades para la empatía y hacer amigos. Su novia le deja, y esa misma noche, armado de su ordenador, la red informática de Harvard y el despecho, monta una web para criticar y reírse de las chicas de su universidad. El éxito (y la bronca que se origina) son inmensos. A partir de hay ve la posibilidad de crear algo más grande, basado en el boca a boca dentro del campus, en las ganas que tiene todos los estudiantes de cotillear en las vidas de los demás, presumir de la propia, y de paso ligarse a todas las chicas que sea posible. A partir de ahí la historia acelera, aparecen personajes variados, como el arquetipo del establecido poder americano encarnado en los gemelos Winklevoss, estudiantes forrados y presuntos caballeros de orden, los programadores friquis y los enganchados a la computación, como también los es el propio Zuckerbeg, las chicas aduladoras que ven en un grupo de anteriores pringados a futuros triunfadores, etc. Y el dinero, el omnipresente dinero, la búsqueda de financiación de la empresa, inicialmente con 1.000 euros aportados por el entonces único colaborador de Zuckerberg. La búsqueda de patrocinadores, que acaba en California con la presencia de una Business Angel muestra como el crecimiento de la empresa a partir de un desaforado grupo de macarras (la escena inicial en la casa de San Francisco con la tirolina es impagable) se convierte poco a poco en un negocio que desborda a todos, que mete en sus cabezas la ambición, el poder y la locura, todo ello aderezado con cifras cada vez más gigantescas, producto de un éxito incalculable previamente que a día de hoy sigue. El desarrollo de la trama y los dilemas morales y personales que allí se presentan son magníficos, y es una lección concentrada de cómo funciona el mundo de los emprendedores en los Estados Unidos, de la selva que es, de cómo se pueden matar entre ellos o suicidarse en medio de la presión, las drogas y la paranoia pero, y esto es muy importante, que puede ser posible lograrlo. Zuckerberg parece ser el único al margen del delito y la inmoralidad, pero porque es presentado como una especie de genio autista que mira al mundo desde su pedestal, impasible a lo que sucede a su alrededor. Curiosamente sólo su exnovia, la que provoca su ira inicial, parece ser la única persona en el mundo que le genera interés a lo largo de su vida.
Gran parte del mérito de la película está en un guión impresionante, obra de Aaron Sorkin, un escritor digno de otra época más gloriosa, que es, entre otras cosas, creador de “El Ala Oeste de la Casa Blanca”, una serie que por su contenido, desarrollo y profundidad se merecería que le dedicara un blog paralelo. Sorkin, autor de diálogos largos, intensos, y si se quiere demasiado complejos para los personajes de la película, fabrica una joya, que bien interpretada logra que “la red social” sea una obra de visión necesaria. Créanme, es muy interesante.
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