Se acabaron las vacaciones, de las que nada de interés puedo contarles. Ni he viajado a lugares exóticos ni he experimentado sensaciones fuertes y novedosas. Más bien bastante rutina, varios viajes al hospital a cuenta de la enfermedad de mi padre y charlas y paseos con amigos, que no es poco, cierto. El tiempo ha sido bueno la mayor parte de los días, con un cálido viento sur y sólo al final, para el puente, se ha tornado completamente otoñal. Como a mi no me ha pasado nada, contemos historias de otros.
Y en este caso muy buenas. Esta noche ha comenzado el rescate de los mineros chilenos atrapados en el fondo de la montaña, y de momento todo va de maravilla. A esta hora de la mañana en España ya son tres los mineros que están en la superficie sanos y salvos, lo que supone culminar con un éxito inmenso más de dos meses de trabajo de perforación, excavación y desvelos por parte de técnicos llegados desde todo el mundo al desierto de Atacama, donde se encuentra la explotación. El gobierno chileno se puso a la cabeza del rescate cuando se supo que los mineros estaban vivos, y su trabajo, junto con el de todo el país, han dado una magnífica imagen de Chile como sociedad próspera, unida y lanzada a la tarea del rescate. De hecho los plazos del mismo se han acortado mucho, porque se esperaba casi por Navidades el desenlace y al final han sido dos meses los que se han tardado en realizarlo. Dos meses de encierro y angustia para los mineros y de soledad e igual angustia para sus familias que, en la superficie, veían cada día los trabajos que se llevaban a cabo para salvarlos, intuyo que sin entender demasiado que es lo que realmente estaban haciendo las máquinas que iban y venían por doquier, en medio de gritos y aplausos. El que sean tantos los mineros encerrados, treinta y tres, ha impedido, al menos desde aquí, hacer un seguimiento personalizado de todos y cada uno de ellos, de sus vicisitudes e historias personales. Son una colectividad, y así los hemos visto los países terceros y los telespectadores, que hoy desde todo el mundo, se dice que más de mil millones, asisten entre asombrados y alegres al hecho de ver como de un estrecho tubo del suelo emerge una cápsula con forma de misil, pero que en sus entrañas no alberga destrucción, sino una persona, que logra subir desde el infierno a la vida en esa jaula protectora. Y vuelta para abajo y otra vez arriba y así un constante goteo que, si todo va bien, logrará rescatar a todos los accidentados en poco más de un día. La verdad es que lo que parecía imposible se está realizando, y es una gran alegría para todos ver como, en medio de las miserias que nos rodean en la vida cotidiana, y las frustraciones de muchos proyectos que no llevan a nada y se saldan con el fracaso, esta vez asistimos a un éxito colectivo sin paliativos. Cada minero que sale de esa fosa es una campanada de alegría, un grito de esperanza al ingenio, esferazo y tesón humano. ¿No es algo para celebrarlo y de lo que alegrarse? A mi me lo parece así, y desde aquí felicito a sus familias, y a todo Chile, que ha logrado lo que parecía imposible.
Ya habrá tiempo para liarla después, innoble tarea que en gran parte llevarán a cabo algunos medios de comunicación que se lanzarán con avidez a la carnaza que supone cada rescatado. De hecho una de las cosas más comentadas este puente es cómo preparar a los rescatados para la invasión mediática que se les viene encima, dando por sentado que es inevitable la intromisión de los medios sensacionalistas en sus vidas sin que se pueda hacer nada al respecto. Quizás alguno de esos “curiosos” profesionales debieran bajar al agujero de la mina y estar allí para saber “cómo se han sentido” los mineros.
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