Alex de la Iglesia hizo ayer público un comunicado en el que anunció que tras la próxima gala de los Goya, dimitirá como presidente de la Academia del Cines de España por el acuerdo alcanzado en torno a la llamada ley Sinde. Leyendo el comunicado de Alex no me queda muy claro el porqué dimite. Quizás porque la ley le parece corta, o excesivamente intervencionista, o porque ha visto el jardín lleno de zarzas que es este asunto y, con toda lógica, se ha asustado y ha decidido dejarlo a un lado, dedicándose a hacer películas y abandonando el terreno de los políticos, negociantes y trileros. La verdad es que no lo se.
Lo que sí se es que en todo este asunto de la mal llamada Ley Sinde y el tema de Internet y los derechos de autor se ha producido el desmadre en su grado más absurdo. Es un tema muy complejo, más de lo que parece incluso, y desde un principio en España se ha optado por una vía reduccionista y simplona. Algunas autoridades y elementos de presión que se hacen llamar artistas han emprendido una cruzada en pro de la mera criminalización de Internet, sus usuarios y todo lo que les suene a eso. El canon digital es, de hecho, un atraco consentido por parte de las autoridades, una multa preventiva, domo nunca se había visto en ninguna parte. Un robo organizado. Ante este abuso han proliferado opiniones de “cuanto más descargue, mejor” y así el debate se ha polarizado en exceso. Si a ello sumamos la presencia al frente del Ministerio de Cultura de una representante del cine oficial, carente de todo sentido de negociación, conocimiento de la realidad y carisma, la señora Sinde, tenemos los ingredientes perfectos para el caos. La primera versión de la Ley Sinde era, sencillamente, una violación de la libertad de expresión propia de dictaduras, que se colaba escondida dentro del mamotreto de la Ley de Economía Sostenible para que no se notase mucho. Esta segunda versión añade garantías judiciales al proceso de cierre de webs que violen los derechos de autor, por lo que la cosa mejora, pero es de ilusos pensar que así se va a acabar con el fenómeno de las descargas. Basta con que el portal web esté fuera de España para que la ley sea incapaz de actuar. No, el problema, mejor dicho la novedad, es Internet en sí mismo. No se nos mete en la cabeza que Internet es la mayor revolución que hemos vivido en el mundo en los últimos treinta años, que lo ha cambiado todo y lo va a hacer aún más. El mundo de las creaciones artísticas jamás volverá a ser lo que fue antes de Internet. Jamás. El papel de los derechos de autor, el copyright, las licencias y todos esos conceptos se han desbordado por la realidad. No hay ley ni orden que sea capaz de impedir el desarrollo de la red y de sus consecuencias. Pretender como hacen algunos artistas (si Miguel Bosé es artista yo soy premio Nóbel) que aquí no ha pasado nada y van a seguir cobrando como antes no es de ilusos, es de ciegos. Todos los negocios se han visto afectados por Internet, en mayor o menor medida, y han exigido reconversiones. Pasó antes con otras industrias y ahora pasará con estas. Las productoras discográficas han sido barridas por la web, y ahora mismo el mayor vendedor de música no es Universal, ni Virgin ni la FNAC ni la EMI, no. Es Apple, es su portal Itunes. Así de complejo es este asunto.
¿Cuál es la solución? No lo se. En el caso de la música portales como spotify triunfan basándose en pequeñas cuotas que cobran a sus miembros, ofreciendo un acceso ilimitado a infinitas canciones basándose en lo que se llama el “cloud computing”, que la red sea tu disco duro. Seguro que en el caso del cine la solución serán portales similares, amparados por las propias distribuidoras de películas, que ofrezcan allí sus títulos a cambio de una pequeña cuota de abono (algo oí al respecto hace unas semanas en un informativo). Desde luego no será una ley, más o menos represiva, al que solucione este asunto, y sospecho que de la Iglesia se ha dado cuenta de todo esto.
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