Empieza con fuerza 2011. Apenas han pasado las dos primeras semanas del año y ya hemos tenido la primera revuelta popular que ha tumbado, aparentemente, un régimen dictatorial. Y no ha sido en el otro lado del mundo, no, aunque lo parezca. Ha pasado en Túnez, un pequeño país separado por una estrecha franja del Mediterráneo de Italia, y encajonado entre dos inmensos yacimientos de petróleo y gas que comúnmente llamamos Argelia y Libia. Aquí al lado, vamos. 23 años de gobierno de Ben Alí destruidos en dos semanas de disturbios. No está mal.
Hay muchas cosas que llaman la atención de lo sucedido en Túnez, empezando por lo poco que, pese a su proximidad, conocemos de ese país, salvo en lo referente a algunos complejos turísticos. Su pequeñez física y escasa posesión de recursos energéticos le ha hecho ocultarse ante los ojos de Europa, y así durante años el régimen, el menos islámico de la zona, ha sido visto con buenos ojos desde París, la metrópoli, y el resto de cancillerías de la Unión. Quizás provenga de ahí la tardanza, sorpresa y falta de respuesta de la Unión ante lo sucedido en las calles de Túnez. Parta cuando Obama ya había celebrado la victoria de la revuelta aún se esperaba algún comunicado desde Bruselas. En días previos al triunfo de la revuelta, cuando las noticias sólo hacían referencia a disturbios, los llamamientos de las capitales europeas eran de vuelta a la calma y que todo siguiese como hasta entonces, poniendo en primer lugar los acuerdos comerciales de Túnez con la UE en primer lugar, como se suele hacer habitualmente. También el desarrollo de los acontecimientos ha pillado a todo el mundo con el paso cambiado, porque lo que empezó con la autoinmolación de un vendedor de verduras se ha convertido en un levantamiento general. Fíjense que la noticia de la muerte de Mohamed Bouazizi, la mecha de la revuelta, está fechada el 5 de enero. Y en poco más de una semana, 12 de enero, las noticias hacen referencia a decenas de muertes y levantamientos por todo el país. Se habla de los motivos habituales (paro, pobreza, desesperación) y de los novedosos, especialmente el uso por parte de la población de internet como plataforma de comunicación, protesta e instrumento de coordinación. Las redes sociales han jugado un papel determinante y, por primera vez, el facebook se ha convertido en una herramienta utilizada por la población para derrocar al gobierno. Los panfletos en las calles se han sustituido por protestas en el muro, y los comunicados y rostros de los protestantes estaban en sus perfiles personales. Curioso, pero un país en principio pobre y atrasado como Túnez ha sido revolucionario no sólo en el estricto sentido callejero, sino también en el uso de las nuevas tecnologías. Algo similar pudimos ver hace más de un año en Irán con la, tristemente, fracasada revolución verde, pero en ese caso el poder del régimen era mucho mayor y fue capaz de controlar la red antes de que los bits le desbordasen. En Túnez eso no ha sucedido, y parece que en las cancillerías europeas aún ni se lo creen ni, lo que es peor, lo entienden. Otra muestra de la profundidad y velocidad a la que cambia el mundo en el que vivimos.
Y otro de los lugares comunes al analizar lo sucedido es el llamado efecto contagio en el Magreb, ese conjunto de países de norte de África que conforman Marruecos, Argelia, Libia, Egipto y la citada Túnez. Más allá de sus diferencias, que algunas hay, todas son sociedades pobres, jóvenes, desesperanzadas, sin futuro, y sometidas por regímenes autoritarios, decrépitos, atrasados y con intereses muy importantes para occidente (piense en el gas argelino cuando se duche o cocine) ¿Se extenderá en ellos la revuelta? ¿Será Egipto el siguiente? ¿O no? Quizás la respuesta no esté en el viento, ni en las arenas del desierto, sino en facebook. Atentos a su muro....
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