Creo que la mayor obviedad de nuestra existencia es lo que pasa más desapercibido y oculto en nuestro día a día. Como seres vivos que somos, nos tenemos que morir. No se a que edad nos damos cuenta de esto, al menos yo no lo recuerdo en mi caso, pero lo cierto es que durante el resto de nuestra vida tratamos de obviarlo, ocultarlo, esconderlo como algo vergonzoso. Y en una sociedad como la nuestra, infantil y centrada en lo material, ese esfuerzo es mayor aún si cabe.
Estas vacaciones navideñas se me han alargado más de lo previsto porque, por primera vez en mi vida, he tenido la desgracia de sufrir la muerte de alguien directo, mi padre. No un famoso o un conocido, una celebridad o alguien que me sonase de cara de mi pueblo o similar. A mis treinta y muchos años puedo considerarme afortunado de haber tenido tantos inviernos de tregua, y de no haber padecido accidentes que, en muchos casos, son la causa que trunca vidas y esperanzas entre las generaciones más jóvenes. Sin embargo todo llega, y pese a que nos lo esperábamos de un momento a otro, ha sido sorpresivo en la forma y la velocidad. Quizás porque siempre es sorpresivo, y en el fondo uno espera que el último achaque será el penúltimo, que ya habrá otro más. Cuando uno ve a un enfermo recuperarse de un trago automáticamente lo asocia a una mejoría, pero es una ilusión, una especie de autoengaño para seguir tirando. Nunca es pronto para irse, y la manera en la que uno se va siempre es mala, porque al final te mueres. En este caso no ha habido ni agonías, comas ni sufrimientos prolongados, pero al final el resultado es el mismo. Se dulcifica el paso, con la enorme ventaja que ello supone para los familiares y allegados que nos quedamos aquí, pero el cese del latir del corazón, el fin de la respiración, todos esos signos que asociamos a la vida y que se detienen lo hacen igualmente. El silencio y el vacío que queda es el mismo, inmenso. Y la pena también. No voy a añadir ninguna página lustrosa al mundo del obituario porque, entre otras cosas, después de lo que escribió Jorge Manrique a la muerte de su padre, hace ya muchos siglos, pocas mejoras se pueden hacer. Queda el consuelo de saberse acompañado por familiares, amigos….. miles de amigos, parece a veces, que no cesan de llamar, mandar mensajes, aparecer por un funeral en un pueblo perdido de Vizcaya en medio de una noche de Enero… sirvan también estas líneas para agradecer a todos esa compañía, sacrificada, que siempre está ahí, y que a veces, así de miopes vivimos, por lo menos yo, sólo percibimos en contadas ocasiones, por ejemplo cuando llegan estos momentos.
En una entrevista que le hicieron al genio de Woody Allen le preguntaron que cómo quería ser recordado cuando falleciera. Agudo y mordaz, contestó que prefería que se olvidasen de él y seguir vivo. Seguramente mi padre hubiese firmado ese aforismo sin dudarlo. Al menos no pensó nunca en la posteridad, ni en el recuerdo, ni en la enfermedad ni en la muerte. Y le fue útil para llevar su carga. Y por cierto, pese a que mi personalidad es muy distinta, al igual que mi padre, yo también firmaría esa frase.
6 comentarios:
Pues Jorge Manrique podría estar más que orgulloso. Esto que has escrito es de lo más bonito que he leído sobre un obituario.
Cómo te he dicho por otros medios, Ánimo y siento mucho vuestra pérdida. La vida te da y te quita. Quédate con lo que eres y serás.
Un abrazo
Lo siento mucho, David. Muchos ánimos para ti y la familia
Hola David,
Acabo de enterarme al leer tu blog.
Lo siento mucho, y estoy de acuerdo con el primer comentario en que la entrada de hoy es de lo mejor que he leído acerca de la muerte de un ser querido.
Ánimo para tí y los tuyos.
Querido Deivid, somos muchos los que te queremos desde hace mucho tiempo y los que hemos compartido y reido mucho juntos. Ahora tambien toca llorar juntos. Pero como bien dices, nada es eterno. Seguiremos riendo a la vuelta de dos días. Descanse en paz tu aita, seguro que un tío singular (conocido el hijo...) Mucho ánimo. Un post excelente.
Muchas, muchas, muchas…. gracias a todos. Es de gran ayuda saberse tan apreciado en la distancia virtual, pero tan cerca en el sentimiento, y eso es lo importante….
Aunque te escribo algo tarde, pero te mando un abrazo enorme.
Me encantó tu blog y seguro que tu aita estará muy orgulloso de tener un hijo tan grande.
Publicar un comentario