Puede que hoy alguno de mis lectores esté postrado en la cama con un catarro o gripe, o incluso de baja por una rotura o similar. Espero que no sea así en ningún caso, pero todos podemos ponernos enfermos y causar baja en nuestro trabajo. Eso implica molestias para nosotros y perjuicios en la labor diaria que desempeñamos, y nos hace ver, dándonos de paso un duro baño de realidad, hasta que punto somos realmente prescindibles, porque todo parece funcionar igual cuando no estamos. Sin embargo no siempre es así, o al menos no con una persona en este mundo.
Steve Jobs es el fundador, junto con Steve Wonziack, de Apple, cosa que hicieron, como manda la tradición, en un garaje en Cupertino, California. Su imagen, de hombre enjuto, con gafas redondas, jerseys negros y aspecto de predicador ha trascendido al gran público, y su salud ha sido un gran problema a lo largo de toda su vida. Tras varios años dirigiendo la compañía lo dejo, por presiones del consejo de administración, y Apple se encamino hacia un declive lento pero, aparentemente, irremediable. Cuando la situación financiera de la empresa era casi terminal el consejo volvió a llamar a Jobs, que regresó, y fue capaz de volver a poner la compañía en pie. Y no sólo eso. Convertido en un gurú, un visionario, Jobs transformó la empresa de un gigante de la informática a otro del ocio y el consumo. La creación de productos bellos, elegantes, prácticos y de características futuristas lo catapultó a él y a su empresa al cielo. Ipod, Iphone, Itunes, Ipad son nombres conocidos en todo el mundo, con millones de fieles seguidores que adoran los productos de la manzanita mordisqueada y que veneran una especie de fe infinita en su creador, Jobs. Cada año Jobs realiza alguna que otra presentación de uno de estos juguetitos en los que muestra un dominio de la escenografía y la comunicación realmente prodigioso. Jobs y Apple han logrado que los consumidores deseen sus productos, los amen, y traten de captar adeptos a su particular religión. Es el triunfo total. Ahora mismo Apple es ls segunda empresa por valor en la bolsa de Nueva York y su cotización allí supera los 200.000 millones de dólares, una quinta parte del PIB de España. Sí, alucinante pero cierto. Pues bien, el genio de Jobs se encierra en un cuerpo muy frágil. Hace ya algunos años tuvo que retirarse debido a un cáncer de páncreas, del que salió tras un duro tratamiento y una más que evidente fuerza de voluntad. Sin embargo siempre ha habido rumores sobre su salud real, derivados de sus idas y venidas hospitalarias, rumores que han cotizado en los mercados, porque se ha llegado a un punto de identificación entre la figura de Jobs y su empresa que parecen ser una misma cosa, de tal manera que comparten éxito y destino. Muchas veces se ha llegado a especular con qué impacto tendría el fallecimiento de Jobs (larga sea su vida pero, lamentablemente, algún día terminará) en la compañía, en sus líneas de productos y en el valor de la acción. Es lógico suponer que un gigante como Apple posee unas estrategias de productos y diseños a largo plazo que van más allá de sus directivos, pero el impacto sería intenso, al menos a corto y medio plazo, no lo duden.
Una prueba de ello la hemos tenido esta semana. El Lunes Jobs anunciaba que nuevamente se coge una baja médica, y al instante los rumores se desatan y las acciones de la manzana caen un 7% en la bolsa alemana (Nueva York estaba cerrado, buen día para anunciarlo….) Pero lo que parece intratable es la salud financiera de la compañía, que ayer presentó resultados trimestrales fantásticos, ganando 6.000 millones de dólares en, repito, tres meses. Por cierto, el que debe estar un poco nervioso es Tim Cook, quien temporalmente sucede a Jobs al frente, viendo lo mucho que valoran al ahora de baja y la poca consideración que le tienen a él.
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