Ayer se inició en Davos una nueva edición del Foro Económico Mundial. Se ha convertido en tradición que en pleno invierno, esa localidad suiza acoja a multitud de dirigentes políticos, financieros, empresarios, gurús y demás jafazos para, reunidos en una teórico ambiente de distensión y fuera de las rigideces de las cumbres, debatir a cara descubierta sobre el devenir económico de cada año, los problemas de estrategia mundiales y, de paso, hacer negocios. Es una cumbre de poder que se realiza en la cumbre montañosa europea, pero sin el protocolo de una cumbre.
Hay quién dice que sólo sirve para que algunos se pavoneen y hagan exhibición de su particular ego, pero lo cierto es que es una cita fija y de enorme relevancia. Dime si vas a Davos y te diré si pintas algo, podría decirse, y viendo la lista de algunos asistentes parece que esa frase tiene bastante razón. Por lo que se ha hablado hasta el momento hay un país que parece estar en boca de todos ¿Lo adivinan? Sí, es España. Parece que hay un consenso en que somos demasiado demasiado, me explico, demasiado grandes para caer (si eso se produjese el euro entraría en barrena y a saber si se acaba la UE) y demasiado grandes para ser rescatados (la dimensión de nuestra economía deja a Portugal o Grecia en mantillas). Seguro que muchos analistas dedican discursos, cuadros y debates a qué hacer con España, cómo crear empleo en el país con más paro de la OCDE, en el que la juventud se aboca al fracaso o la emigración, como innovar con el escaso tejido productivo tecnológico que los informes muestran que existe en España, etc. Todo ello muy interesante, pero me apuesto lo que quieran a que va a haber un denominador común a prácticamente todos los analistas que expongan en Davos. No son españoles. Seguro que muchos políticos en España no tienen ni idea de qué es eso de Davos, y desde luego no se van a pasar por allí para decir nada, ni siquiera para oír y aprender. Por ese escaparate de la economía ay el poder mundial ni se ve ni se espera a ninguna autoridad española. Estamos en el disparadero y ni siquiera somos capaces de acudir para exponer nuestra visión, defender un poco nuestro país, sacar la cabeza, en un noble ejercicio de “vale, la hemos cagado, pero nos esforzaremos en salir como lo hicimos en el pasado”. Nada. Cero. Habrá españoles en Davos, desde luego. Ayer salió un instante en televisión Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, que allí estaba, y otros más seguro que han acudido, pero no se prevé su participación en ninguna de las reuniones estelares del encuentro. Tampoco tengo referencias de economistas, estudiosos e intelectuales españoles que se vayan a dejar caer por allí. Sí parece que la Vicepresidenta Salgado acudirá el fin de semana, pero lo hará a una reunión a puerta cerrada, sin cámaras, entrevistas ni titulares, lo que es como ir a una fiesta y quedarse escondido tras el florero cuando todo el mundo baila. Para eso mejor no acudir. La amarga experiencia del año pasado, en la que ZP acudió y mostró al mundo entero las grandes carencias del político español en estos encuentros haya servido para tachar este evento de la agenda de todos los dirigentes nacionales para siempre. Una pena.
Y además, un síntoma de dos graves problemas nacionales, uno menor y otro más grave. El menor, o menos malo, es la cada vez mayor irrelevancia de España como actor internacional. Es cierto que los demás crecen y eso, relativamente nos achica, pero si nos escondemos esa sensación de que cada vez pintamos menos irá a más. El otro, fundamental, es que no sabemos vendernos en el exterior, ni parece importarnos. En un mercado y mundo global debiéramos estar dando codazos por conseguir algunos minutos de relevancia en estas plataformas, donde se fraguan acuerdos comerciales y grandes negocios. ¿Por qué no lo hacemos? ¿Por qué ni si quiera parece importarnos?.
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