Desde el mediodía del pasado
sábado 14, China se ha convertido en la tercera nación de la tierra que ha
hecho aterrizar un vehículo sobre la superficie de la Luna, uniéndose a Estados
Unidos y Rusia, heredera de la URSS. La
sonda, de nombre Chang’e3, se posó tranquilamente sobre una zona lunar
denominada Sinus Iridum, mediante unos retrocohetes que frenaron la
trayectoria descendente que desarrollaba la nave alrededor del satélite. No
hubo contratiempo alguno en esta fase de la misión, la más peligrosa de todas,
y ni el regolito, abrasivo polvo lunar ni incidencias técnicas de ningún tipo
supusieron problema alguno. China ya está en la Luna.
Hace treinta y siete años que no
se produce nada así, desde septiembre de 1976, cuando los rusos fueron los
últimos que posaron un artefacto controlado en la Luna. Los americanos, tras
los vuelos tripulados del Apollo, el último de los cuales se produjo en 1972,
el año de mi nacimiento, no volvieron al satélite para posarse en él,
limitándose a mandar alguna sonda orbital de muy escasa relevancia hasta hace
no demasiados años. Es decir, para una parte muy considerable de la población
de la tierra, esta es la primera vez que pueden ver imágenes reales, en
directo, de un alunizaje. Imágenes en color, que pueden ser descargadas y
reproducidas en directo en los móviles y demás dispositivos informáticos que
nos rodean. Asombroso. Como señaló el genio de Daniel Marín este fin de semana,
el hecho de que hayan pasado treinta y siete años desde el último aterrizaje
lunar es, como mínimo, deprimente. Lo que a finales de los sesenta y principios
de los setenta se presentaba como una carrera espacial fulgurante, capaz de
crear una nueva frontera para el conocimiento y la vida de la humanidad se
convirtió, en pocos años, en un espejismo que dio paso a frustrantes misiones,
cada vez más modestas y carentes de audacia. Presupuestos menguantes derivados
de la crisis del petróleo y de la falta de rivalidad con la potencia soviética,
pérdida de interés de la población en un sector, el espacial, que durante unos
años fue la panacea del desarrollo y que en pocos se convirtió en algo oscuro y
carente de valor comercial, y el cada vez mayor destino de recursos, tecnología
y medios humanos a sectores como las finanzas o la informática, capaces de
generar dinero de una manera mucho más sencilla y rápida que la astronáutica… A
excepción de los forofos que seguíamos cada lanzamiento o misión, las noticias
de la carrera espacial en los ochenta y noventa sólo lo eran cuando se
asociaban a catástrofes, explosiones y fallecimientos de astronautas. Lo demás
eran lanzamientos rutinarios que apenas conseguían unos segundos en el minutaje
de unos informativos obsesionados por la banalidad inmediata y carentes, en
muchas ocasiones, de personal que pudiera explicar, con rigor y pasión, lo
importante que eran esos cohetes que, feroces, rugían rumbo al espacio. Ni
siquiera este fin de semana, en el que la llegada a la Luna se ha convertido en
un notición, en el que China ha enseñado nuevamente sus garras y dejado claro
que está aquí para quedarse, en el que la puesta sobre la superficie de nuestro
satélite de la bandera roja y estrellada del gigante asiático lanza un mensaje
geopolítico de enorme trascendencia.. ni siquiera por esas los informativos han
abierto con esta noticia. Se la ha relegado al tiempo de las curiosidades, de
las anécdotas, de lo extraño que quizás es relevante, pero no muy importante. Y
hace treinta y siete años que no sucede algo así. Si hechos como este no logran
reavivar el interés por el espacio no se cuáles pueden ser capaces de hacerlo.
En lo que hace a la misión china, no se crean
que la cosa se queda únicamente en depositar la sonda sobre la superficie. En ella
viaja un rover, un pequeño vehículo de seis ruedas, similar a los que la NASA
ha enviado a Marte, bautizado como Yutu, que quiere decir “conejo de Jade” (sí,
sí, ríanse pero es así) que ya
ha salido de la sonda madre y ha empezado a moverse sobre la Luna, dejando la
traza de sus ruedas impresa en el regolito. Se estima que posee una vida útil
de entorno a tres meses, y que realizará varios experimentos científicos y,
sobre todo, numerosas tomas de video y fotos de la zona por la que deambula. En
los planes chinos estaba el enviar una misión tripulada al satélite en torno al
año 2020, y este fin de semana ha quedado claro que van muy bien encaminados
para poder lograrlo.
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