Hace ya un par de semanas que, en
cumplimiento de la resolución del Tribunal de Estrasburgo que anulaba la
doctrina Parot, fue liberado Miguel Ricart, único juzgado y condenado por el
asesinato de las tres niñas de Alcasser, cometido en 1992. A su salida, decenas
de periodistas aguardaban expectantes a la búsqueda de unas declaraciones que
no tuvieron lugar. Ricart se subió en un coche y desapareció, y a los pocos
días se supo que estaba en Madrid, protegido por una productora televisiva, que
supuestamente le había traído a la capital para ser entrevistado en un programa
de máxima audiencia.
El mismo día que salió de la
cárcel lancé un “tuit” en el que me preguntaba, de forma mordaz, por cuánto
pasaría hasta que Ricart fuera entrevistado en televisión, cuánto cobraría y
cuantos millones de espectadores lo verían. El debate sobre la necesidad de
entrevistar o no a Ricart surgió desde el minuto uno de su puesta en libertad,
y yo, partidario de que eso no tuviera lugar, he abogado ante unos y otros
criticando la infamia de que esa aparición pública tuviese lugar. Sin embargo,
aunque no he cambiado de postura, reconozco que enfoqué mal el problema en un
principio, y debo reconocer que quien me ha revelado el error que cometí fue
Carlos Alsina, el presentador de la Brújula de Onda Cero, en un debate que tuvo
lugar en esa emisora hace unos días sobre este asunto. Y es que el problema
está en lo que llamamos entrevista y aparición televisiva. Los medios de
comunicación, invadidos por la basura, se han convertido en parte en un
vertedero donde son arrojados subproductos de nula catadura moral, que tienen
éxito mediático, y que emponzoñan todo lo que tocan, empezando por el concepto
del periodismo. Todos suponemos que si Ricart va a la tele lo hará en un
formato tipo “Miérdame” o similar, en el que la zafiedad, la obscenidad y la
cutrez van a ser las reinas de la sesión, todo ello aderezado con un
sentimentalismo repulsivo y millones de euros a repartirse entre las
productoras, presentadores, colaboradores y el invitado. Un espectáculo infame
y nauseabundo, indigno, que por otra parte no difiere demasiado de la mierda
que, día sí y día también emiten en ese programa y otros por el estilo, y que
son seguidos por pasión por millones de personas, en uno de los actos de
estupidez colectiva más inmensos y deprimentes de los que se producen cada día
en este país. Eso no es periodismo, eso no es información, y la presencia de
Ricart o de cualquier otro sujeto en un programa similar debiera ser despreciada
sin excusa alguna. Pero bajo ciertas condiciones Ricart sí puede salir en
televisión. En una entrevista de verdad, hecha por un profesional, no un
adulador que permita a Ricart redimirse, sino un entrevistador que trate de
enfrentar al asesino contra los actos que ha cometido, y sin que el
entrevistado cobre un euro por ello. En resumen, una acción periodística de las
de toda la vida, de esas que ya no se producen, porque la basura las ha
sepultado, o relegado a horarios en las que nadie las ve. De hecho la prensa
realiza entrevistas a personajes tan repulsivos como Ricart. Sin ir más lejos
el infame dictador sirio Bashar Al Assad ha sido entrevistado este año por
numerosos medios occidentales. ¿Se debe renunciar a esas entrevistas dados los
atroces crímenes que comete Assad cada día? No, lo que no se puede hacer por
parte de los medios es prestarse a servir de coartada para la justificación del
régimen del tirano de Damasco, ni para servir de altavoz de asesinos de niñas. Por
ello, en condiciones adecuadas, y con la profesionalidad por delante, la
entrevista de Ricart tendría su lógica. Sería en todo caso un asunto complejo y
debiera estar en manos de profesionales serios y muy experimentados para evitar
riesgos de manipulación o de uso interesado de las declaraciones.
Recordemos que, con motivo del desgraciado
asesinato de Alcasser, los medios de la época realizaron coberturas especiales
en las que se franqueó una línea de respecto e integridad que, en general, no
ha vuelto a ser reconstruida desde entonces. A muchos escandalizó, con razón,
la cobertura que varias cadenas y profesionales hicieron de aquellos sucesos,
pero no fue sino el principio que nos ha llevado a la ración diaria de basura
televisiva que, día a día, se cuela en nuestras casas, y que deja aquellas
coberturas tan recordadas convertidas en cuentos de monjas ursulinas. Una gran
noticia es muy peligrosa si no se trata con cuidado. Ricart ahora mismo es una
bomba mediática con mucho peligro para quien se acerque a él.
2 comentarios:
No soy capaz de distinguir en qué caso la entrevista sería correcta y en cuál no, David. Lo único cierto es que aunque se hiciera con buena fe, sin cobrar, la gente la veríamos buscando basura, morbo, a ver si cuenta exactamente lo que hicieron esas noche. Creo que eso no tiene salvación posible.
Es un asunto delicado y vidrioso como pocos. Desde luego es mejor que no se produzca nunca si no hay las absolutas garantías de que va a llevarse a cabo con profesionalidad y rigor con el que debe realizarse. Lo demás puede ser, como bien señalas, puro morbo y estiércol televisivo. Gracias.
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