miércoles, diciembre 04, 2013

Fernando Argenta ya está en el cielo junto a Bach


Ayer fue un día complicado, en el que sólo trabajé por la tarde a cuenta de la maldita avería de agua. Cuando llegué a casa dejé mis cosas y estuve hablando con varios vecinos sobre lo que habíamos hecho por la mañana y cómo estaba todo, aún sin agua, y volví a mi piso a las 21 exactas, justo para poner la tele y escuchar los titulares de un telediario que se desgranaban con parsimonia hasta que en un momento dado Ana blanco dijo que Fernando Argenta se había muerto. Y al oírlo se cortó no el agua de la casa, sino el latido de mi corazón. Incrédulo, me quedé embobado delante de la pantalla en la que, creo, ya salían cosas de deportes.

Y aún hoy mismo, ya amaneciendo sobre Madrid, no me lo acabo de creer. Miro algunas webs y, en efecto, allí aparece su rostro divertido, despoblado de pelo, con amplias gafas de poca montura y su eterna sonrisa. Y no me hago a la idea de que a sus apenas 68 años, con toda la vida por delante, un maldito cáncer lo haya matado. A él, que tanta vida nos proporcionó a lo largo de años y años de radio. Una muerte que oscurece el panorama en el que su luz brillaba con rebeldía, y que fue luz para miles de velas musicales que hoy brillan con fuerza gracias a sus enseñanzas. El enorme mérito de Argenta no fue el de conducir un programa de radio clásica, que también tiene lo suyo en una cadena no especialista, ni el de hacer una emisión divertida, que es muy difícil. No, su mérito, su gran contribución, fue la de desacralizar esa música, bajarla de un pedestal de supuesto elitismo en el que no se quién la debió subir hace mucho tiempo y que, desde entonces, permanece allí inalterable. Argenta, hijo de Ataulfo Argenta, músico y director de orquesta de carrera tan brillante como breve, debida a un fatal accidente, hizo ver a millones de españoles, corrijo, NOS hizo ver a millones de españoles, que la música clásica es, por encima de todo, música bella. Nos introdujo a los compositores como si fueran uno más de la familia. Bach, Beethoven, Vivaldi, Mozart, Wagner, no eran para él seres adustos, altivos, con cara de enfadados, divos inaccesibles que sólo realizaban trabajos que eran disfrutables para las élites, sino que eran personas reales, que trabajaron y sufrieron, que lograron grandes obras, legados imperecederos, pero que tenían debilidades como todos, que su labor en muchas ocasiones era despreciada por sus contemporáneos, que los tachaban de carcas, modernos o transgresores. Los compositores, como usted y como yo, han sido durante gran parte de la historia asalariados, empleados de las cortes en las que trabajaban, en las que tenían un rango similar al del mozo de cuadras que limpiaba las heces de los caballos. Escasos son los ejemplos de músicos que en vida triunfaron y pudieron independizarse y componer a su gusto, y esos eran los peores vistos por sus coetáneos. Argenta, que sabía una barbaridad de música, y sabía contarlo, relataba anécdotas en la que el viejo peluca de Bach trataba de componer sus maravillas mientras alimentaba a una prole de hijos casi infinita y, casi a diario, recibía una reprimenda por parte de la corporación municipal de Leipzig, donde pasó las últimas décadas de su vida, que le trataba con desprecio, y cuando las contaba Argenta ponía suites de Bach y explicaba cuándo se compusieron y, sobre todo, lo bellas que eran. Y así día tras día con tantos y tantos compositores e intérpretes que pasaron por su programa. En la compañía de Araceli González Campa, Clásicos Populares estuvo tres décadas en antena y, seguro, fue la cuna de la mayoría de los locos que hoy en día seguimos amando a una música que, sobre todo, es bella.

Tuve la oportunidad, hace un par de años, quizás tres, de hablar unos minutos con Argenta en la feria del libro con motivo de la presentación de su obra los clásicos también pecan, donde hacía un recorrido por la historia de la música clásica a través de las anécdotas más picantes y oscuras de los compositores, pero siempre con su infinito buen humor y su sabiduría. Le dije lo mucho que disfrute de pequeño de su programa, de todo el bien que hizo a tantos y tantos que lo escuchaban a diario y que habían hecho un hueco en su corazón a la música clásica gracias a su dedicación incansable a la divulgación, a la enseñanza, a ser un maestro para millones de oyentes y profesionales. Hoy su voz ya no está, pero los sonidos siguen, y seguro que él hubiera querido que este artículo terminase con su grito de guerra, que siempre lanzaba en cuanto podía.

¡¡¡Viva la música clásica!!!

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