Hacienda somos todos. Estas tres
palabras, míticas, son en mi opinión, la mejor definición de lo que es una
sociedad moderna. Diferentes cada uno de nosotros, en nuestros gustos, aptitudes,
ideas, tendencias, creencias, rentas, pero obligados a confesarnos ante la
Hacienda Pública y contribuir al sostenimiento de todo este tinglado que hemos
fabricado para que esté a nuestro servicio, aunque casi siempre parezca que es
justo al contrario. Decir estas palabras y la gente cambia de aspecto, frunce
el ceño, maldice, se ríe amarga y sardónicamente, y empieza a lanzar
improperios contra Hacienda, los que se la saltan y todo el mundo en general.
Hacer que esa frase sea cierta
cuesta horrores, en medios, profesionales y trabajo de todos los implicados. Y
hacer que parezca cierta es aún más difícil. Día tras día descubrimos noticias
en las que resulta evidente que hay trampas y agujeros legales que permiten
eludir, que no evadir, el cumplimiento con Hacienda. Sociedades pantalla,
domiciliaciones fiscales en terceros países, facturaciones cruzadas, régimen de
módulos… el asalariado, como es mi caso, y pudiera ser el de alguno de mis
queridos lectores, tiene la sensación de ser el pagano del sistema, el que
realmente carga con el coste de la sociedad y el que no tiene opción alguna de
dejar de pagar nunca. Por ello la seriedad y la profesionalidad de la Agencia
Tributaria, que es el nombre moderno que se le ha dado a Hacienda para que no
parezca lo que es, son características que deben mantenerse a toda costa. Si a
la sensación de engañado que nos domina se suma la de estafado, el cabreo es
monumental. Por eso toda la polémica que estos días rodea a la Agencia, sus
nombramientos, ceses y demás movimiento de ejecutivos, suponen como mínimo un
riesgo de cara a mantener la imagen de seriedad e independencia. Tras la
llegada del PP al gobierno se sucedieron cambios en el organigrama director de
esta entidad y de otras que conforman la Administración, en los puestos en los
que la designación tiene carácter potestativo del gobierno, y es normal que
esto suceda. Pasó con los gobiernos anteriores y sucederá con los futuros. El
problema es que en la Agencia se lleva asistiendo desde hace meses a un rosario
de ceses y dimisiones en cargos de naturaleza muy técnica, de un alto grado de
especialización y responsabilidad, ocupados por altos funcionarios del estado,
que llevan mucho tiempo desempeñando esas responsabilidades. Mover las piezas
directivas de una entidad suele ocasionar roces y movimientos en los planos
inferiores, y eso hasta cierto punto es habitual, pero el rosario de bajas que
llegan de la Agencia hace mucho tiempo que excede lo que podría considerarse
como lógico, y más, como antes comentaba, tratándose de un organismo
especialmente sensible. Muy sensible. Toda
la polémica salió a la luz a cuenta del expediente que tiene abierto Hacienda
sobre PEMEX, multinacional petrolera mejicana, y el cese de una inspectora
que, al parecer, se oponía al recurso presentado por la petrolera contra una
sanción impuesta por la Agencia. A partir de ahí no hay día en el que un
directivo, funcionario, inspector, responsable o alto cargo de la entidad deje
su puesto, abandone, sea relevado o cesado. Y la sensación de que existe un
cierto descontrol en la entidad, o aún pero, que se quisiera otorgar a la misma
un sesgo o un control determinado, empieza a calar en parte de la opinión
pública. Y esto es grave. Muy grave. Declaraciones
en plan jocoso como las realizadas por el Ministro de Hacienda, Cristóbal
Montoro, durante los corrillos con los periodistas del día de la Constitución,
sobre la existencia de muchos socialistas en la Agencia no contribuyen
precisamente a tranquilizar a nadie, sino más bien todo lo contrario.
En fin, en este asunto hay que ponerse serios. Y
el primero el gobierno. Debe explicar con el mayor detalle y justificación
posible todos los cambios que se han realizado en la entidad, ceses, altas y
bajas, y el porqué, y despejar del ambiente la sensación de que la Agencia, el
sancta sanctorum de la Administración, la que recauda el dinero que permite que
el resto puedan gastar, está libre de mancha y mácula política. Mucha gente
nunca se creerá eso de que Hacienda somos todos, pero el gobierno es el primer
interesado en que esa creencia se extienda, y en gran parte de su propia
actitud depende que eso ocurra. Así que aquí, ante todo, luz, taquígrafos,
transparencia y seriedad, mucha seriedad.
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