Esta semana se ha sabido que Javier
Espinosa y Ricardo García Vilanova, corresponsales del periódico El Mundo,
permanecen secuestrados en Siria por milicias próximas a Al Queda desde hace
más de un mes. En todo este tiempo de sombra la familia pidió discreción al
medio de comunicación para tratar de mantener algún tipo de contacto discreto
con los captores. A esos dos nombres debemos sumar el de Marc
Marginedas, corresponsal de El Periódico de Cataluña, cuyo secuestro se hizo
público a finales de septiembre, nuevamente tras un lapso de tiempo
impuesto por la familia desde el momento en el que se produjo su desaparición.
Es triste que haya sido la
noticia de estos secuestros de periodistas lo que haya hecho que, por un momento,
la mirada de los medios y la opinión pública haya vuelto a girarse hacia lo que
sucede en esa sucursal del infierno en la que se ha convertido Siria. Si se
acuerda, a finales de agosto y principios de septiembre Siria ocupaba todas las
portadas y aperturas informativas porque EEUU amenazaba con intervenir para
vengar el ataque que se había producido con armas químicas por parte del
ejército de Asad sobre la población civil en las afueras de Damasco. Una guerra
que llevaba ya más de un año de duración y cerca de cien mil muertos era
noticia por el asesinato de unos pocos centenares de personas y la posible
implicación de EEUU en ella. Paradójico y cruel. En aquellos momentos resurgió
el debate sobre la negativa de ir a la guerra por parte de las potencias
occidentales, y quizás muchos descubrieron entonces que en Siria YA había una
cruel guerra en marcha. El gatillazo que sufrió Obama, amagando y no dando, y
el respiro de alivio que se sintió en los gobiernos occidentales una vez que se
veía que los americanos no iban a intervenir volvió a meter a Siria en el cajón
de los problemas olvidables, donde se encuentran guerras y conflictos
pseudoeternos, de enorme crueldad y trascendencia, pero que en el fondo a nadie
le importan. Y claro, la guerra siria siguió su curso. Con la presencia de
inspectores de la ONU parece ser que sin el uso de armamento químico, pero no
hay problema para matar a cientos, miles de personas, con bombas, fusiles y
cañones. Esas son muertes de segunda, que no suponen turbación para nuestras
rocosas y firmes conciencias, y que pueden seguir produciéndose sin límite,
hasta la extenuación. De tal manera que Siria ya sólo ocupa algunos espacios en
los medios cuando, vaya vaya, las muertes son muy numerosas en un día, o una
bomba despanzurra un colegio y mata a varios niños, de manera convencional, no
vayan a decir nada ustedes, y en un breve en torno a la mitad del minutaje de
los telediarios, los que son largos, se muestra alguna imagen tormentosa de
esos niños desparramados por el suelo de lo que era su aula de estudio,
convertida en una escombrera. Y luego rápido a otra cosa, a ser posible inocua
y dulzona, que borre el escaso y amargo recuerdo que la imagen de los niños
haya podido dejar en la mente del sufrido espectador. Sólo la presencia de
periodistas internacionales, de un grupo de chalados que no disfrutan de buenos
contratos ni de protección ni de condiciones nobles, sólo su existencia sobre
el terreno es la que permite tener alguna idea sobre lo que está pasando allí,
y que de vez en cuando imágenes como esas logren cruzar las barreras que
conforman la mediocre actualidad patria que como fosos y alambres de espino,
criban todo lo que a ellas llega e impiden que muchas de las noticias que
realmente lo son sean tratadas como tales, y consigan asomarse unos minutos por
nuestras pantallas.
Periodistas que se juegan el pescuezo,
literalmente, para que usted y yo podamos si no saber lo que pasa en Siria,
convertida en el caos absoluto y el en reino de la desinformación, tener una
imagen que nos permita recordar que allí, a no mucha distancia de nosotros, la
gente sigue matándose en múltiples frentes, todos contra todos, que no hacemos
nada por evitarlo, y que de lo que suceda en ese país depende en gran parte el
equilibrio estratégico de una de las zonas más complejas e influyentes del
mundo. Hay veces en las que la profesión de periodista se asoma al abismo de la
zafiedad, se mancha en lo vulgar, obsceno y cutre, y ensucia su nombre y
trayectoria. Pero en muchas otras ocasiones el periodista no es sino nuestros
ojos y oídos allí donde no podemos ver ni escuchar. Un abrazo y todo el ánimo
del mundo a las familias de los tres secuestrados. Que vuelvan pronto a casa
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