lunes, diciembre 09, 2013

Mandela, Suárez y las políticas de consenso


La noticia de la muerte de Nelson Mandela ha conmocionado al mundo. Era algo que tenía que suceder tarde o temprano, y los últimos achaques de salud, que con 95 años de edad siempre son graves, hicieron pensar que ya en verano se daría el fatal desenlace. A tres semanas del final del año Mandela se ha ido y las muestras de condolencia son globales. En los funerales de estado de esta semana se reunirán en Johannesburgo una concentración de líderes mundiales como en pocas ocasiones se ha visto. Acudirán con dolor sentido, fingido o disimulado, pero estarán allí.

Tranquilos, no voy a escribir sobre la vida y enseñanzas de Mandela, ni reflexiones a su muerte, porque mucho se ha escrito ya en estos días, y muy bien, y no podría añadir mucho más. Pero si me gustaría sacar aquí una derivada, provocadora sin duda, que nos coge más de cerca y que muestra un poco nuestras miserias vitales frente a las alabanzas, justas, que dedicamos a los que, en el extranjero, logran éxitos como el de Mandela. La muerte del mito ha eclipsado por completo el 35 aniversario de la constitución española, que se celebra el 6 de diciembre, el día posterior al óbito. En esta época de ruido y furia, mediática y callejera, todo son críticas a la Constitución y al proceso de la transición que la hizo posible. El que no se rasga las vestiduras por los acuerdos que se produjeron en aquel momento es un blando, y parece haber una extraña carrera por ver quién es el que se siente más agraviado por el acuerdo que se logró alcanzar en aquel momento. Y en paralelo, todas esas voces que critican el pasado se deshacen en elogios hacia Mandela porque logró la reconciliación en su país. Paradójico, verdad? A mi, sinceramente, estos comportamientos me parecen infantiles y suicidas. No voy a afirmar que vivimos en el mejor de los mundos y sistemas políticos, porque eso sería falsa, ni que nuestro régimen no necesita reformas, que por supuesto que le hacen falta, pero ello no resta ni un ápice de mérito a lo que se logró en los años setenta, en los que las alternativas eran oscuras y peligrosas, y el comportamiento de varios dirigentes políticos fue el que propicio el acuerdo, el mejor de los escenarios posibles, casi el soñado como imposible, que nos permitió alcanzar, por primera vez en la historia, un régimen democrático homologable al de países de nuestro entorno. Y entre todos ellos hubo un personaje que durante años fue vilipendiado, acusado por unos y otros, que tuvo que dejar la política asaetado por la oposición furibunda y las traiciones de sus socios, y que ahora vive rodeado de brumas que le mantienen aislado del mundo, recluido en la prisión de su enfermedad. Me refiero, obviamente, a Adolfo Suárez. Suarez venía del régimen dictatorial, pero fue capaz de convencer a los estandartes de aquella trasnochada dictadura de que debían dejar paso a la democracia, y a los más exaltados de la oposición que debían perdonar y olvidar. Suarez fue la pieza en la que se asentó un proceso que duró años, en el que se sucedieron los atentados terroristas de ETA y de grupos anarquistas y militaristas, en los que el ruido de sables era más o menos constantes y los rumores no dejaban de anunciar desgracias inminentes. Visto en perspectiva resulta casi milagroso que todo aquello saliera tan bien. Con el paso del tiempo muchos de los protagonistas de aquellos años han muerto o, como en el caso de Suarez, viven pero están enfermos y no pueden dar testimonio. Los que si pueden hacerlo recuerdan con nerviosismo, intranquilidad y angustia momentos que parecían destinados al desastre, pero luego esbozan una sonrisa al comprobar que todo aquello acabó en unas elecciones libres, una constitución defensora de derechos y libertades y un régimen democrático y de opinión pública como jamás ha habido en España. Milagroso quizás, pero cierto.

A escala, Suarez logró lo mismo que Mandela. Reconciliar a enemigos aparentemente irreconciliables, convencerlos de que la violencia no conducía a nada, de que la unión y el acuerdo eran los únicos caminos posibles, y que las venganzas no conducen a nada más que nuevas venganzas. Es lo que estos días todos alaban, con justa razón, a Mandela, que lo logró en un escenario aún más convulso y cruel que el nuestro. Por eso, cuando en estos días recordamos la figura del líder negro, de su obra yd e su testimonio, dediquemos unos minutos, uno al menos, a recordar la figura de Suarez, “nuestro Mandela”, el que supo unirnos más allá de la división y nos dio un futuro que nos corresponde a nosotros cuidar y mantener.

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