Una
de las reflexiones que me han surgido a la luz de las grabaciones de Villarejo
es que este sujeto era un adelantado a su tiempo. Ayer cumplió google veinte
años, pero antes de eso el presunto comisario se dedicaba a grabar y almacenar
vidas, a conocerlas en detalle, como lo hace el querido buscador, y a
clasificar esa información por si fuera de interés en el futuro usarla o
acceder a ella. Es un sistema muy retorcido de extorsión, sobre todo por el
enorme volumen de información que posee el sujeto, y el trabajo que le habrá
costado conseguirla y guardarla, pero en cierto modo Villarejo hacía de Google
cuando el buscador aún no existía.
Y
dado que nuestras vidas hoy en día están tan monitorizadas por las aplicaciones
y los servicios de internet que tanto saben de nosotros, y cuentan con nuestra
propia disposición a contar intimidades en el caso de que ellas no puedan
acceder a ellas, da mucho repelús que esa información pueda ser utilizada no ya
por los muchos Villarejos que en el mundo hay, sino directamente por los
gobiernos o empresas, cuyos fines y objetivos serán, en muchas ocasiones,
distintos de los nuestros. Se ha dicho, y es verdad, que ninguno aguantaríamos
el escrutinio público de una charla convencional en una cena de amigos, o de un
acto privado en el que nos sabemos resguardados de los ojos ajenos. Esto es así
y así debe ser, porque la privacidad es el ámbito de lo íntimo, en todos los
sentidos, y debemos saber y ser conscientes de la seguridad de no ser
violentados en ese punto. ¿Asistimos a la muerte de la privacidad? En gran
parte sí. Quizás sea una de las derivadas más inesperadas e inquietantes del
actual progreso tecnológico, que ya ofrece herramientas para monitorizar vidas
de una manera que hasta hace poco nos parecía propia de películas de ciencia
ficción, de las que pintan un mundo tétrico. El programa de crédito social
chino, que otorga puntos y multas a los ciudadanos en función de su
comportamiento público, sólo es posible en una sociedad hiperconectada
tecnológicamente como la nuestra, y es el primer experimento real de uso y abuso
de la total información de los ciudadanos por parte del estado, en este caso
poseedor de un componente totalitario que ya se daba antes de que tecnología
moderna alguna se implantase en el país del dragón., Este control social es
fuente de estabilidad, porque la gente actúa temerosa ante las consecuencias de
portarse como no es debido, siendo lo debido lo que el régimen imponga. ¿Posee
cosas buenas? Sí, en el sentido de que la paz social que genera será estable y generalizada,
pero es una paz falsa, la que se deduce de una sociedad que realiza cada día el
teatro de fingir lo que no es para que el poder no le castigue. ¿Acaso hay
grandes diferencias con respecto a la distopía orwelliana? No muchas, la
verdad. Un desarrollo masivo de este tipo de técnicas crearía sistemas de
delación y chivatazo de todo lo que ocurre en la vida íntima de los demás
porque, a buen seguro, serían recompensados con puntos canjeables por méritos o
bienes. Se podría llegar a la perfección de que el sujeto, incentivado a ello,
sea el principal colaborador del sistema de espionaje, y que la tecnología sea
el recolector y acumulador de información, pero no el agente dominante que la
extraiga. Quizás la peor dictadura es la deseada, la autoimpuesta, y no
descarten que algo así se pueda producir no ya en un futuro lejano, sino a la
misma vuelta de la esquina. El internet de las cosas y su omnipresencia nos va
a colocar dispositivos en todos los puntos de nuestra vida que, queramos o no,
nos verán, seguirán y controlarán. A veces por nuestro bien, otras, les
aseguro, no tanto.
La autocensura que nos
imponemos, conscientes o no, al escribir artículos o tuitear por el miedo a la
reacción que pueda suscitar que tan bien denuncia Pérez Reverte es la
primera losa de todas las que vendrán en el futuro con la idea de cercenar
nuestra libertad, de acotarla, de controlarla hasta el extremo. Llegaremos a
esa autocensura perfecta sin que nos demos cuenta y entonces veremos como
normal lo que hasta hace pocos años nos parecía un atropello (y lo era) a
nuestra libertad de expresión. Y de ahí en adelante, todo lo demás. Y gobiernos
y grandes empresas rentabilizando y garantizándose el control del poder. ¿Es
esto una pesadilla? No, parece que es simplemente lo que estamos empezando a
vivir. De momento nuestras habitaciones en el hogar parecen inviolables, pero
créanme, se hará y haremos lo necesario para que dejen de serlo. ¿Les gusta? A
mi no.