Una
escena clásica de muchas películas de ciencia ficción ambientadas en viajes
espaciales es la de contemplar a la tripulación aparentemente dormida en unas
cápsulas, en lo que se hace llamar estado de hibernación, una suspensión en la
que los cuerpos permanecen tumbados, a veces inmersos en líquidos, otras no, y
que sin que nada se nos informe sobre la tecnología que lo permite, nos hacemos
a la idea de que ese estado puede alargarse durante mucho tiempo, años y años,
sin que la biología de los viajeros se vea afectada. Es la manera de afrontar
las distancias siderales, infinitas desde nuestra perspectiva espacial y vital.
La
semana pasada conocimos un caso médico que, al escucharlo, me recordó de manera
casi instantánea escenas de ese tipo, y a medida que profundizaba en él no
podía sino asombrarme cada vez más, y pensar si la proeza médica y científica
que se había logrado no sería, en el futuro, una puerta a un proceso de hibernación
semejante. Los
médicos del hospital barcelonés del Vall d´hebron lograron salvar la vida de
una paciente que llevaba seis horas en estado de paraca cardiaca. Dicho
así, y leído todo seguido, suena a fantasía. Bastan unos pocos minutos de
parada del corazón para que el cuerpo fracase, el oxígeno empiece a no llegar
al cerebro y los daños se extiendan como una mancha de aceite derramado. La
historia es compleja, y ha contado con el factor de la suerte, que siempre
importa en medicina, el buen estado físico de la paciente y la coordinación de
un gran equipo de profesionales médicos, tanto en el primer paso del proceso de
rescate como en el de intervención hospitalaria. La paciente, Audrey Mash, con
apellido de serie de médicos, realizaba una travesía de montaña por el pirineo
cuando una tormenta de nieve la sorprendió y atrapó, Poco a poco se fue
debilitando y entrando en un estado de hipotermia, que suele anteceder a la
muerte. Cuando fue rescatada por el equipo que la buscaba sus constantes
vitales eran casi nulas, y la hipotermia había situado su cuerpo a una
temperatura muy poco por encima de los veinte grados. Los médicos que
recibieron el cuerpo en el hospital de Barcelona, ya en parada cardíaca, tenían
pocas opciones ante sí, siendo quizás la más probable la de esperar a que todo
colapsase y limitarse a certificar la muerte, pero no se quedaron con los
brazos cruzados y decidieron actuar. Conectaron a Audrey a una máquina llamada
ECMO, que suple las funciones del corazón y los pulmones. Obtiene la sangre del
cuerpo del paciente, la oxigena y vuelve a introducir en él, permitiendo así
mantener un ciclo sanguíneo oxigenado. Con el cuerpo tan frío y las constantes
vitales tan deprimidas los médicos no tenían idea de cuáles serían los daños
que habrían podido sufrir órganos como el cerebro, por lo que usaron el ECMO
con dos fines, uno el de mantener vivo el cuerpo y otro, el de ir levantando poco
a poco, muy despacio, la temperatura del mismo, con la idea de poder “arrancar”
las constantes vitales de la paciente. Conectada a la ECMO, el corazón de
Audrey no latía, no era necesario que lo hiciese porque la máquina lo suplía,
pero no podría vivir si el latido normal no se recuperaba en un momento dado.
Al cabo de varias horas, habiendo subido ya la temperatura lo suficiente, los médicos
trataron de reanimar el corazón de Audrey, y lo lograron, en uno de los
momentos más tensos y cruciales de todo el proceso. Poco a poco el cuerpo volvía
a la vida caliente, se recuperaba en parámetros y medidas, pero en un estado de
coma que impedía saber si la Audrey que estaba allí seguiría siendo ella misma
o sólo un recuerdo. Fue una enorme sorpresa para todos, para el equipo, su
marido y todos los que estaban al tanto de lo que sucedía, que Audrey
despertase no muchas horas después con al mayor de las normalidades, con una
mente completamente funcional, ausente de todo daño, sólo con el nulo recuerdo
de lo que había pasado en el tiempo en el que había estado dormida. Lo más
parecido a un milagro se había producido.
Paradójicamente,
parece que es la hipotermia misma lo que salvó la mente de Audrey, su cerebro
se fue enfriando poco a poco, aletargándose y llegado a un estado de ralentí,
por así decirlo, que le permitió apagar funciones, para entendernos, sin sufrir
daños. Luego se produciría el paro cardíaco y el proceso de suspensión vital y
recuperación. De ser el orden el inverso Audrey no hubiera tenido opciones. Los
profesionales que han trabajado en este caso, único en el mundo, aún no salen
de su asombro, pero han hecho todo lo que sabían, lo han llevado al límite y
han triunfado, y suyo es el mérito. Audrey
quiere volver a subir montañas, y puede hacerlo, y su sonrisa nos demuestra
que la ciencia y la entrega profesional salvan vida, incluso donde parece
imposible que puedan llegar a hacerlo. Mis felicitaciones a todos los que han
hecho posible este logro, y a Audrey y los suyos.
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