Aún
hay detalles que se me escapan, pero parece que todo transcurrió de la
siguiente manera. El atacante acude a una conferencia sobre la rehabilitación
de terroristas que han sido condenados por su radicalización, y es a la salida
del acto cuando, armado con un gran cuchillo, ataca a algunas personas que se
encuentra en su camino. Carece de objetivos concretos, sólo quiere hacer daño y
rápido, ya. Dos son las víctimas
mortales que deja por el camino en su avance hacia la nada. Huye corriendo
y llega al próximo puente de Londres, donde es rodeado por algunos
perseguidores que le seguían desde la sala de conferencias. Le reducen,
desarman. La policía lo acaba abatiendo.
La
secuencia, a escala, se repite con una alta frecuencia en casi todos los
atentados terroristas, con diferentes detalles, balance de víctimas y formas de
conclusión. Esta es la segunda vez que el puente de Londres, quizá no el más
famoso, pero sí el más antiguo de la ciudad, es testigo de un atentado
yihadista. Hace un par de años el ataque tuvo lugar en la orilla contraria,
cerca de la estación de London Bridge, y fue protagonizado por untos
terroristas que usaron coches como armas para atropellar a la multitud, y también
la actuación heroica de algunos ciudadanos evitó que el atentado siguiera aumentando
su balance de víctimas, que en este caso creo recordad fue de seis o siete. Ese
fue el atentado en el que falleció Ignacio Echevarría, el héroe del monopatín,
que se enfrentó a los asesinos y dejó su vida en la orilla sur del Támesis,
justo al lado del puente. Los héroes que impidieron al terrorista del viernes
continuar su atentado no los conozco, pero su carácter y valor es idéntico al
de Ignacio. Al parecer, con extintores tomados de la sala en la que se
realizaba la conferencia, e incluso con un arpón o algo similar que decoraba
aquellos salones, algunas personas no dudaron en perseguir al atacante hasta
reducirlo, mientras otros llamaban a una policía que acudía a toda velocidad a
un lugar tan céntrico como transitado. Portaba el terrorista un cinturón de
explosivos que se demostró falso, pero que en ese instante era tan real para él
mismo como, sobre todo, para los desconocidos que trataban de aprisionarlo de
la mejor manera que se les ocurría. ¿Y si ese cinturón hubiera sido real? ¿Y si
el terrorista se hubiera zafado de sus perseguidores acabando con sus vidas? La
única diferencia sería el recuento de víctimas del atentado y el lugar en el
que el asesino sería capturado, o la forma en la que sus restos mortales
ingresarían en la morgue más cercana. El dolor del acto sería mayor, porque lo
medimos en el número de víctimas, pero las tragedias individuales causadas serían,
cada una de ellas, inmedibles para los allegados de las víctimas. No fue así,
las bombas no eran tales, y la carrera del asesino acabó en la orilla norte del
Támesis, pero las imágenes que hemos visto, de forcejeo, de espuma saliendo de
la boca de los extintores, de brazos y cuerpos que se enzarzan en una lucha por
impedir que el mal se prolongue dejan muy a las claras lo que pasó, reverdecen
el recuerdo de ataques pasados, nos demuestran que el terrorismo no descansa,
pese a que parezca dormido, que pese a encontrarse debilitado y asediado por
nuestra inteligencia las mentes malignas siguen maquinando planes, que algún
descerebrado no necesita armas de complejo diseño y cara factura para sembrar
el terror y que la ciudadanía a veces responde con valor y arrojo ante
situaciones que a muchos, empezando por mi mismo, me producirían un pánico
atroz. La secuencia que hemos visto en otros atentados, concentrada esta vez en
escasos minutos, en pocos metros, en apenas una distancia de pasos a la orilla
del Támesis.
A
las puertas de la Navidad Londres ha sido golpeada nuevamente por un atentado,
que se inmiscuye plenamente en la campaña electoral que se vive en el país de
cara a los comicios del jueves de la semana que viene. Johnson ha visto en este
ataque una nueva vía para aumentar su populismo con promesas de dureza mediante
ante una serie de actos que, más allá de las leyes, demuestran la
irracionalidad absoluta y el descontrol que el maligno pensar impone a aquellos
que logra someter a su voluntad. Vendrán más atentados, habrá nuevas víctimas,
pero el puente de Londres seguirá en pie, los ciudadanos lo cruzarán y, por
mucho dolos que causen, los terroristas nunca vencerán.
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