Lo
primero, lo obvio, y es que a un país tan aficionado a procastinar como el
nuestro no hace falta que le avisen con mucho tiempo de antelación de que debe
organizar algo. Basta que le den tres semanas de plazo para lo que otros
emplean un año para montar toda una cumbre internacional, gestionar la
logística, los medios de comunicación, emplazamientos y todo lo necesario. Si
los impresentables del COI, sobornados por otros, acaban dándonos unas
olimpiadas, y las aceptamos (que habría que pensárselo) las podemos organizar
también en poco más de un mes, y a buen seguro que saldrían de maravilla.
Sobre la cumbre en sí, denominada oficialmente
COP25, tengo mis dudas de fondo. Tanto por su utilidad real como por lo
incongruente de su propia concepción. El efecto de las emisiones humanas en el
clima es algo que va a más, que los científicos llevan advirtiendo desde hace
décadas y que provocará cambios en la naturaleza de dimensiones y efectos de
muy largo plazo que van a alterar la vida de los que vivimos en el planeta, sin
que aún esté muy claro de qué manera y forma. Sólo que, como en todo cambio,
habrá ganadores y perdedores y que, como siempre, serán los más pobres los que
menos opciones tendrán para salir ganando. Los lemas que se escuchan
incesantemente en los medios de comunicación, que giran en torno a “salvar el
planeta” se equivocan por completo. No se trata de salvar La Tierra, porque
aunque nos creamos tan chulos y todopoderosos de ser capaz de destruirla, no lo
lograríamos de ninguna manera. Hace cientos de miles, millones de años, el
planeta existía y los humanos no. Dentro de cientos de miles, millones de años,
el planeta existirá, y los humanos, casi seguro, no. Se trata de salvarnos a
nosotros mismos, de conservar el hábitat en el que podemos sobrevivir, crecer y
desarrollarnos. Somos nosotros los potenciales causantes de los problemas a los
que nos enfrentamos, por ello creo que hay que cambiar la orientación de todos
esos discursos que nos rodean. ¿Son útiles estas cumbres para ello? Lo dudo,
porque más allá de los mensajes de concienciación ecologista que puedan calar en
algunas capas de la sociedad, la vida de las naciones sigue su rumbo sin pensar
en el largo plazo, porque los humanos somos muy malos en esas dimensiones
temporales. Lo que no vemos delante de nuestras narices no existe. El hecho
mismo de convocar una cumbre de este tipo genera un enorme volumen de emisiones
contaminantes, y uno se pregunta si no sería más lógico que un encuentro que
busca luchar contra ellas no se realizara por videoconferencia global, con todo
el mundo en su casa o lugares de trabajo y conectados gracias a las tecnologías
que permiten estar en todas partes con unas emisiones mínimas. Desde un punto
de vista medioambiental recurrir a estas tecnologías cada vez más es lo más lógico,
y es muy probable que en su trabajo diario se haya reducido el número de
reuniones presenciales y aumentado el de videoconferencias, con el ahorro de
recursos, tiempo y emisiones que todo ello supone. No se acabarán nunca con las
reuniones presenciales, porque muchas son necesarias, pero se trata de acotar,
y que algo más de veinticinco mil personas vengan a Madrid para luchar contra
el cambio climático tiene sus indudables efectos. No sería mala idea que, dado
que se nos pide a todos, los organizadores del evento midieran su propia huella
ecológica, vieran las emisiones globales causadas por el acto, el origen de las
fuentes de energía que han consumido a lo largo del mismo y se viera el balance
global. Sería una manera de dar ejemplo, que es como mejor funcionan estas
cosas.
Lo
realmente distintivo que veo en esta cumbre, más allá de la histeria
contraproducente de los mensajes y el circo que se organizará cuando llegue
Greta, es que las empresas han encontrado, por fin, un filón en el negocio
medioambiental, y su presencia es omnipresente en la cumbre, medios y mensajes,
Ahora hasta las petroleras se van a vender como verdes. ¿Cuánto hay de
marketing en todo esto y cuánto de realidad? De momento creo que todo es postureo
sin contenido, pero quizás sea esta la vía para que el mensaje del ahorro, la
reutilización y la reducción de emisiones vaya calando. De todas maneras, nos
queda todo por hacer y, seamos sinceros, ni sabemos cómo en lo tecnológico ni
en lo económico ni social.
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