Era
de esperar que Javier Bardem la montase. Escogido por no se quién para leer uno
de los alegatos en la principal manifestación convocada con motivo de la cumbre
del clima, su carácter y formas no debieron sorprender a nadie. Él es famoso,
excelente actor e ideológicamente un cegado de sus ideas. En cierto modo su
actitud insultante fue un regalo para los (pocos) que están en contra de esta
cumbre y el
que posteriormente se disculpase no evita la sensación de que, en esto
también, el maldito sesgo ideológico que nos posee haya contaminado, nunca
mejor dicho, un debate que trasciende ideas, personas y fronteras. Pero así de
estúpidos somos, que diría Bardem de todos menos de él mismo.
Una
de las consecuencias de la cumbre y del revuelo mediático organizado en torno a
ella es lo que denomino el postureo climático, que no es otra cosa que tratar
de vender el mensaje ecologista y vestirse como tal llevando una vida
completamente ajena a dichos postulados. Millonarios de todo tipo y
procedencia, con trenes de vida desbocados que generan emisiones gigantescas
pregonan por charlas en todo el mundo la necesidad de que pobres y clase media,
como usted y yo, nos apretemos el cinturón y dejemos de contaminar por el bien
del planeta, y su discurso estaría bien si fuera coherente. ¿Entra en la
coherencia el comportamiento absurdo de Greta a la hora de viajar de un lugar a
otro? No, porque, aunque no contamina directamente solo es sostenible si unos
cuantos millonarios sostienen su forma de desplazarse. ¿Qué hay del uso de las
videoconferencias? Una estrella mediática puede estar hoy en día en cualquier
parte del mundo sin tener que usar su jet privado con el uso de tecnologías
limpias, que transmiten su mensaje de la misma manera. Pero, ay, qué estrella
global va a renunciar a su jet privado, a su yate privado, a sus mansiones y
demás objetos asociados a la imagen del lujo, que entre otras cosas son grandes
emisores de CO2. El mismo presidente del gobierno, el eterno en funciones
Sánchez, mantiene un discurso ecologista para los medios y el electorado, pero
usa los aviones privados no sólo cuando es necesario, que no pocas veces lo es,
sino para asuntos tan triviales como asistir a festivales de verano. Ese
postureo de las celebridades, que visten de verde un comportamiento la mayor
parte de las veces aberrante para que su actitud sea comprada por el público se
da también en numerosas empresas, que han visto como este año 2019 se ha dado
el boom del negocio climático, al que van a acudir como moscas a la miel, algunas
con conciencia, otras con mucha hipocresía, todas ellas, como es lógico, a la
caza de beneficios económicos en un mercado en el que la etiqueta verde permite
subir precios y generar distinción ante la clientela, aunque detrás de ese
verde no haya nada. Energéticas y otro tipo de industrias que, por la
tecnología actual y la necesidad imperiosa de producir kilovatios se encuentran
entre las más contaminante, son las que patrocinan eventos como esta cumbre y
esconden sus emisiones en forma de encartes publicitarios y cortinillas en
medios de comunicación, necesitados como los que más de inversiones
publicitarias para cuadrar sus cada vez más exiguas cuentas. Basta una
cintilla, en tono verdoso, con el logo de la empresa y alguna información
medioambiental para ejercitar lo que en inglés se denomina “greeenwashing”
lavado verde, una forma de esconder debajo de la alfombra ecológica las
miserias de cada uno y, de paso, dar un zarpazo a la competencia en este nuevo
mercado en el que, como todos, el marketing es el rey y señor. ¿Qué hay de
cierto y falso en todos estos mensajes? Sinceramente, créanse la mínima parte
de todos ellos.
En
el fondo, en este asunto ecológico, como en tantos otros de la vida, funciona más
el criterio de la ejemplaridad. desarrollado admirablemente por Javier Gomá en
su obra, que cualquier otro. Mira lo que dice el que habla y contrástalo con lo
que hace, y quédate con lo segundo, que es lo cierto. Bardem va de ecologista,
pero su tren de vida (y su coche y sus chalets y los cruceros que patrocina su
mujer, etc) generan una montaña de emisiones de CO2 que se traducen en millones
de euros en su cuenta corriente. Él, que es rico, puede usar alternativas no
contaminantes y no lo hace, por lo que no puede ser ejemplo de nada. Y así
tantos. Usted, casi seguro que obligado a contaminar para poder obtener unos
ingresos vitales de los que no puede prescindir, haga lo posible por reducir su
impacto, pero desde luego no se deje engañar por personas y entidades no
ejemplares.
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